Esa mujer que yo he de amar un día
será tan clara, tan gentil y bella,
que pensaré que descendió una estrella
para llenar de luz mi alma vacía
–J. A. Buesa--
Se podían haber conformado con robar algo para comer; hubiera sido incluso comprensible. Tened en cuenta la hambruna de aquella época. ¡Ah!, que no os lo he dicho; os hablo de 1850.
Antonio González y Evaristo Pérez, eran dos fuentecanteños normales, dos jornaleros que trabajaban para otros y sólo cuando las faenas del campo lo requerían. Nada tenían propio.
En un año cualquiera, Antonio y Evaristo, vecinos ambos del Canal, no pasarían hambre, ni ellos ni su familia, pero 1850 fue un mal año, con lo que apenas unas peonadas lograron echar en toda la temporada. A todas luces insuficientes para sobrevivir. Por eso idearon un plan...
Pero.. ¡Ay, qué plan más chungo!.. Si lo hubieran pensado bien no lo hubieran llevado a cabo ¿Sabéis que pensaron hacer para mitigar el hambre? No os lo vais a creer, ¡¡robar aceitunas en un olivar, en la Hornera!!, ¡Qué os parece!, pobrecillos..
¿Pobrecillos? Bueno, hasta cierto punto, porque si se hubieran limitado a robar unos kilos de aceituna, nada que objetar, lo hacían por hambre, pero no, los tipos sorprendieron al guarda de la finca, lo maniataron y le dieron una tunda de palos de no te menees y sin necesidad; tullido lo dejaron..
Debió ser que el guarda reconoció a uno y les hizo una descripción completa de él a la Guardia Civil. El cabo del puesto, entonces con sede en el Altozano, acompañado de dos guardias se presentaron en el Canal y los detuvo. Luego delató al otro.
Y se les pierde la pista. Nada dicen las crónicas de los dos. Posiblemente acabarían con sus huesos en el trullo durante dos o tres meses. Si se hubieran limitado al robo, tal vez en una semana estarían tomando chatos en alguna tasca de la calle Almena, pero no..
En fin
Joaquín
P.D. La historia es real y tal cual. Sólo los nombres los he cambiado, por si acaso..
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