sábado, 14 de octubre de 2023

El fuentecanteño que tenía la conciencia tranquila, o eso creía

                                                                                         


                                                                                  


Quizás te diga un día que dejé de quererte

aunque siga queriéndote más allá de la muerte

y acaso no comprendas que en esta despedida

nos quedaremos juntos para toda la vida.

--J. B. Buesa--



¿Qué puede uno pedirle a la vida traspasado ya los sesenta? Poca cosa. Si acaso agradecer haber llegado hasta aquí. 

En lo colectivo desear de corazón que llueva en mi pueblo para que se rieguen los parques y el campo y coja agua el pantano, y que nunca volvamos a tener sed. Y por supuesto que cese la sangría demográfica.

En lo personal, cumplido en parte mi deseo de haber vivido tanto, ya pido poco, tan sólo unas cuantas sonrisas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos y un pedazo de cielo donde ver la luz, y de noche las estrellas. El mejor libro del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer huevos fritos a diario y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un par de instantes de belleza a diario, y no estar jamás de vuelta de nada. 

Necesito, eso sí, seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en un tipo amargado, pase lo que pase. Y que el día en que me toque irme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o casi todo. 

Por cierto, no quiero mentiros, estas bonitas palabras no son mías, sino de Ángeles Caso, esa estupenda escritora asturiana, pero las subscribo de la primera a la última.

Joaquín






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