Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.
--J. A. Buesa--
Circula por ahí, por la incertidumbre de la mente humana, unas cuantas incógnitas que nadie jamás ha sido capaz de descifrar, qué hacemos aquí o si hay vida más allá de la muerte son las clásicas, pero hay otras; qué me decís, por ejemplo, de: ¿Cuándo empieza realmente la vejez? Pues no es fácil saberlo, no creáis. En realidad nadie se pone de acuerdo.
Entre otras cosas porque hay varios tipos de envejecimiento, sensorial, psicológico y corporal, y no todos son visibles a primera vista.
Fijaos, si la vida media de las personas ha crecido notablemente, llegando incluso a los ochenta años, la frontera de la senectud, por lo tanto, se ha alejado indefectiblemente. Pero, en realidad, no son las arrugas del rostro las que nos avisa de la vejez, sino las arrugas del alma y de la mente. Estas son las verdaderas señales que nos indican que pasamos ya a la última sala.
Sin embargo esas arrugas nuestras invisibles, las del cerebro, no las refleja el espejo, ¡qué más quisiéramos!, las perciben antes que nosotros el resto de la gente conocida.
No obstante hay quien dice que el primer paso que damos hacía la senectud es cuando empezamos a perder la curiosidad por las cosas y cuando, las torpezas de las piernas y manos coincide con la torpeza de la palabra y del pensamiento.
Joaquín
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