Cuando
vengan las sombras del olvido
a
borrar de mi alma el sentimiento,
no
dejes, por Dios, borrar el nido
donde
siempre durmió mi pensamiento.
--J.
A. Buesa--
Sentado frente a ella en una mesa del bar Vicenta, conversando, mi
amiga Eulalia, a la que había vuelto a ver después de mucho tiempo, me confesaba:
--Imposible no haber llorado a mi marido, Joaquín; hubiera dado mi vida
por tenerlo siempre a mi lado.
Eulalia se fue a vivir con su hermana a Sevilla, después de morir su marido. Pero habíamos sido buenos amigos, además de
vecinos de la calle Gravina. De casualidad nos habíamos visto ese día por el barrio; yo estaba de vacaciones y ella había venido a su casa a hacer unas gestiones
Tras
los saludos de rigor la invité a tomar un café, y aquí, en el bar, me contaba los detalles de su desgracia. Pero apenas se me ocurría nada para consolarla. Incluso
llegué a sugerirle, muy serio, una estupidez:
--No
sabes cuánto lo siento, Eulalia---le dije entre otras obviedades---sin embargo cuando lloras, lloras por ti y
no por él. Lloras porque lo perdiste, porque no lo tienes a tu lado. Tú eres muy creyente, así que ese
lugar que piensas que estará debe ser mejor que este cochino mundo.
Menuda chorrada le endilgué. Todavía me ruborizo cuando lo pienso. Menos mal que ella no me lo tuvo muy en cuenta.
---Soy
muy creyente, Joaquín---respondió---y eso me ha mantenido en pie,
pero creo que te equivocas.
--¿Y
eso?---me extrañe avergonzado.
Ya intuía no haber estado muy fino, así que bajé los ojos intentando ocultar mi bochorno. Ella prosiguió muy segura:
--Te
agradezco que intentes aliviarme. He
llorado a mi marido por mí, es verdad, porque ya no podría compartir mi vida tal como lo hicimos durante tantos años, pero más
he llorado por él y por los planes de futuro que había trazado con tanto entusiasmo y que ya no podrá realizar---concluyó serena
En
realidad yo le había dicho semejante tontería sin mucha convicción,
porque no se me ocurría otro consuelo mejor, pero en vista de lo
sólido de su argumento cambié de táctica:
--Desde
que te fuiste de la calle no he sabido nada de ti---le dije---¿qué haces ahora? ¿A qué te dedicas?
Creo que acerté al cambiar de asunto, mudó el semblante; la vi con más ganas:
--Ya
sabes que Juan murió de manera repentina---me contestó---para mí fue muy duro. Recuerdo que un psicólogo me dijo una frase que nunca olvidaré: "deja ir a tu marido", suelta esa
tristeza para que los dos, cada uno en su lugar, podáis ser felices
--Cuanto me alegra oírte decir eso, Eulalia---le interrumpí---por lo que dices ya has debido superar tanto dolor
--Si, estoy mejor, Joaquín,
mucho mejor---exclamó dando un suspiro de alivio---porque ya no
lloro, ni voy al cementerio a llevarle flores tan a menudo como lo hacía antes. Reconozco que lo recuerdo con un cariño inmenso, pero ya
no me duele el alma.
Charlamos un poco más de muchas cosas y recordamos viejos tiempos. Luego pagué
los dos cafés y nos dimos un beso antes de despedirnos. Reconozco que ese beso me supo a gloria. Previamente nos habíamos prometido llamarnos de vez en cuando.
La llamé al día siguiente. Tenía pensado ir a Almendralejo y la invité a venir conmigo. Es una mujer aún hermosa y por lo que vi no debí caerle mal.
Lo siento, uno es como es...
Joaquín