sábado, 3 de diciembre de 2022

El tipo que no quería saber la verdad

                                                                                  




Pensarás, convencida, 

que la vida nada vale ya para ti,

que nada tiene sentido sin él. 

Y soñarás sus besos como

lejanos e inalcanzables.

Y creerás no ser digna del castigo

que te impuso el destino..

Y te preguntarás:

¿Por qué a ti? ¿Por qué él?

Y no hallarás respuestas.

--Joaquín--



A ver si os suena esto: 

Hubo una época en la antigua Grecia (siglo V a. c.), inmediatamente anterior a la de los clásicos, en la que surgieron unos filósofos a los que llamarón luego sofistas. Decían de ellos que eran unos relativistas, que no les interesaban la verdad absoluta, sólo la apariencia y la verborrea. 

Los padres ricos contrataban a los filósofos sofistas para que instruyeran a sus hijos sólo en la oratoria, porque en aquellos tiempos valía más que los verdaderos valores; Sócrates y Platón los criticaron a rabiar. 

Qué os parece, ¿está ya o no está ya todo inventado? Porque es justo lo que tenemos ahora, tiempos de sofismos. Hoy en en día, como entonces, se retuercen las palabras y usamos constantemente eufemismos para no decir la pura verdad, es decir, nos engañan como a chinos, sobre todo los políticos.

Uno de los sofistas más famosos fue Gorgías. Mirad qué frase dijo una vez: “El poder de la palabra en relación con los asuntos del alma equivale al poder de los medicamentos en relación a los asuntos del cuerpo”.. 

Por cierto, Gorgias, había nacido durante el mismísimo funeral de su madre. Resulta que ésta, embarazadísima, falleció de muerte súbita. A la pobre la metieron en el ataúd, y debió ser que aún hizo alguna contracción post-mortem, que el niño asomó la cabecita. 

Dijeron que durante el sepelio oyeron llorar a un bebé dentro del féretro, lo abrieron y, ¡aleluya! la sorpresa fue mayúscula. Es una historia que ha circulado por las plumas de los historiadores durante más de dos milenios. 

Joaquín






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