Con la muerte en los talones..
Quítate
ya los trajes,
las
señas, los retratos;
yo
no te quiero así,
disfrazada
de otra,
hija
siempre de algo.
Te
quiero pura, libre,
irreductible:
tú.
Sé
que cuando te llame
entre
todas las gentes
del
mundo,
solo
serás tú
(Pedro
Salinas)
Seamos
macabros por una vez; preguntemos: ¿Qué es la muerte?.. Pues si no nos metemos
en profundas disquisiciones metafísicas ni filosóficas podemos
decir que la muerte es el fin de la vida, y por lo tanto forma
parte de la vida misma. Sin la muerte la vida no se entendería..
No
quiero parecer frío ni impersonal pero, si según la ciencia la
energía ni se crea ni se destruye solo se transforma, ya me dirán a
dónde vamos nosotros cuando fenecemos. Supongo que pasados miles de
años a algún sitio deberemos ir (nosotros y nuestra energía que es
nuestro cuerpo) aunque sea trastocado ya en otro tipo de formato.. Las
distintas moléculas de cada uno se dispersarán y seremos parte de
otros seres vivos o inanimados; así de crudo..
Los
españoles hemos tenido hasta hace poco una relación muy directa con
la muerte no en vano siempre nos ha fascinado la sangre y el riesgo
hasta extremos insospechados; acuérdense: los toros, las guerras, el
hambre... Hasta principios del siglo XX la muerte era una cosa tan
natural en las vidas cotidianas de nuestros antepasados que se veía
como algo consustancial a la vida y nada ni nadie rehuía hablar de ella.. En cualquier
familia media no era raro padecer enfermedad y muerte de algún hijo
en edades tempranas; la mortandad infantil debido a múltiples
enfermedades infecciosas era brutal..
Hasta
1930, es decir, poco antes de la Guerra Civil, la edad media de morir
en España era solo de 42 años y la mortalidad infantil en ése
periodo, de 150 niños muertos por cada 1.000 nacimientos, o lo que
es lo mismo, en mi pueblo, por ejemplo que tendría en esa fatídica
fecha unos 10.000 habitantes, morían cada año la friolera de, entre
80 o 90 niños, la mayoría de las veces por culpa de la escarlatina,
el sarampión, la viruela y otras parecidas.. ¡Como para no estar
familiarizado con la muerte!.. No salía de casa, la tía...
Hoy
la cosa ha cambiado mucho en estos menesteres. Cuando pudimos controlar las enfermedades que producían esa gran mortandad, sobre
todo gracias a las vacunas y a la penicilina, la muerte salió
de nuestras vidas y ya no quisimos saber nada de ella. Ahora le
damos la espalda, nos asusta, pero no deja de tener cierta hipocresía
la cosa pues, a pesar de nuestro recelo ella siempre está ahí, nos sigue los pasos allá dónde vayamos..
¿Y qué se hacia con los muertos en otras épocas? Pues para quitarnos de en medio, desde la Edad
Media los enterraban en los suelos de las iglesias. Los ricos
ocupaban el centro de las naves y los laterales y los pobres y
menesterosos se tenían que conformar con los pies de los templos y
los terrenos adyacentes.. No fue hasta principios del siglo XX cuando
se generalizó la construcción y uso de cementerios municipales. Si
se fijan en el camposanto de su pueblo, seguro que data de finales del
XIX o principios de XX.. Por cierto, ¿sabían que los que no
profesaban la religión católica o los que se suicidaban no los
dejaban enterrarse en el cementerio convencional y había de hacerlo
en terrenos colindantes? Aun recuerdo la impresión que me dio cuando
supe de niño que los que se suicidaban, y no eran pocos, estaban
enterrados en lugar destartalado anexo al cementerio. Más
consideración, afortunadamente, se tenía con los niños no bautizados. Éstos eran
sepultados en los llamados “limbos”..
Hoy
en día la cosa ha cambiado a mejor y tal vez los cementerios estén
llamados a desaparecer. Cada vez más gente incineran a sus seres
queridos y espolvorean sus cenizas en lugares soñados por el
difunto... en fin, cosas de la vida, y de la muerte..
Dicho
queda...
Joaquin
Yerga
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