jueves, 11 de abril de 2019

Con la muerte en los talones..






Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
solo serás tú
(Pedro Salinas)


Seamos macabros por una vez; preguntemos: ¿Qué es la muerte?.. Pues si no nos metemos en profundas disquisiciones metafísicas ni filosóficas podemos decir que la muerte es el fin de la vida, y por lo tanto forma parte de la vida misma. Sin la muerte la vida no se entendería..
No quiero parecer frío ni impersonal pero, si según la ciencia la energía ni se crea ni se destruye solo se transforma, ya me dirán a dónde vamos nosotros cuando fenecemos. Supongo que pasados miles de años a algún sitio deberemos ir (nosotros y nuestra energía que es nuestro cuerpo) aunque sea trastocado ya en otro tipo de formato.. Las distintas moléculas de cada uno se dispersarán y seremos parte de otros seres vivos o inanimados; así de crudo..
Los españoles hemos tenido hasta hace poco una relación muy directa con la muerte no en vano siempre nos ha fascinado la sangre y el riesgo hasta extremos insospechados; acuérdense: los toros, las guerras, el hambre... Hasta principios del siglo XX la muerte era una cosa tan natural en las vidas cotidianas de nuestros antepasados que se veía como algo consustancial a la vida y nada ni nadie rehuía hablar de ella.. En cualquier familia media no era raro padecer enfermedad y muerte de algún hijo en edades tempranas; la mortandad infantil debido a múltiples enfermedades infecciosas era brutal..
Hasta 1930, es decir, poco antes de la Guerra Civil, la edad media de morir en España era solo de 42 años y la mortalidad infantil en ése periodo, de 150 niños muertos por cada 1.000 nacimientos, o lo que es lo mismo, en mi pueblo, por ejemplo que tendría en esa fatídica fecha unos 10.000 habitantes, morían cada año la friolera de, entre 80 o 90 niños, la mayoría de las veces por culpa de la escarlatina, el sarampión, la viruela y otras parecidas.. ¡Como para no estar familiarizado con la muerte!.. No salía de casa, la tía...
Hoy la cosa ha cambiado mucho en estos menesteres. Cuando pudimos controlar las enfermedades que producían esa gran mortandad, sobre todo gracias a las vacunas y a la penicilina, la muerte salió de nuestras vidas y ya no quisimos saber nada de ella. Ahora le damos la espalda, nos asusta, pero no deja de tener cierta hipocresía la cosa pues, a pesar de nuestro recelo ella siempre está ahí, nos sigue los pasos allá dónde vayamos..
¿Y qué se hacia con los muertos en otras épocas? Pues para quitarnos de en medio, desde la Edad Media los enterraban en los suelos de las iglesias. Los ricos ocupaban el centro de las naves y los laterales y los pobres y menesterosos se tenían que conformar con los pies de los templos y los terrenos adyacentes.. No fue hasta principios del siglo XX cuando se generalizó la construcción y uso de cementerios municipales. Si se fijan en el camposanto de su pueblo, seguro que data de finales del XIX o principios de XX.. Por cierto, ¿sabían que los que no profesaban la religión católica o los que se suicidaban no los dejaban enterrarse en el cementerio convencional y había de hacerlo en terrenos colindantes? Aun recuerdo la impresión que me dio cuando supe de niño que los que se suicidaban, y no eran pocos, estaban enterrados en lugar destartalado anexo al cementerio. Más consideración, afortunadamente, se tenía con los niños no bautizados. Éstos eran sepultados en los llamados “limbos”.. 
Hoy en día la cosa ha cambiado a mejor y tal vez los cementerios estén llamados a desaparecer. Cada vez más gente incineran a sus seres queridos y espolvorean sus cenizas en lugares soñados por el difunto... en fin, cosas de la vida, y de la muerte..
Dicho queda...
Joaquin Yerga

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