martes, 21 de marzo de 2023

¡Uy, si yo os contara!..

                                                                                     




Desde que te fuiste...

¡Ah, si vieras mi huerto! Ya no hay rosas,

ni lirios, ni libélulas de seda,

ni cocuyos de luz, ni mariposas...

Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;

el viento sopla, la hojarasca rueda.

--Amado Nervo--



Hay cosas en la vida que las tenemos tan asumidas que parecieran haber estado ahí desde siempre. El nombre de ciudades, libros exitosos, monumentos famosos, en fin, un montón de nombres, personajes y cosas que las conocemos de antaño pero que es evidente tienen sus orígenes. A veces son estos curiosos, otras misteriosos, incluso los hay tenebrosos. 

Por ejemplo, cuando Lyman Frank Braun estaba escribiendo “El Mago de Oz”, y se lo contaba a unos chiquillos de su comunidad, una niña le preguntó que cómo se iba a llamar la obra. Él, sin tener aun el titulo decidido y sin saber qué contestar, miró a su biblioteca y reparó en una archivador de tres cajones, cada uno de los cuales mostraba una etiqueta: A-G. H-N. y O-Z... Así de fácil, ¡ya veis!..

Claro, que si os cuento la versión original de “La Bella Durmiente” os caéis de espaldas. Ésta obra de Giambattista Basile era en su origen para no dormir en tres meses si os la cuentan a vosotras, ya de mayorcitas. Sí, mirad: 

La bella durmiente se llamaba Talia y yacía, no dormida sino muerta, por una astilla envenenada que se había clavado en el bosque. Un noble que la encuentra la viola (aún estando muerta) y huye del lugar (recordad que en la versión dulcificada era un príncipe el que la besa). 

En la versión original La bella durmiente queda embarazada y da a luz dos gemelos, Sol Luna, sin que por ello llegué a despertar. Un día el pequeño Sol le chupa el dedo a la madre y le extrae la astilla, con lo que Talia despierta. 

Enterada la mujer del noble que los hijos son de su marido, manda prenderlos, degollarlos y servírselos a su marido de comida como venganza. Menos mal que una criada se da cuenta de semejante crueldad y pone en la olla carne de cordero, y los niños se salvan. 

En fin, cuán diferente son las cosas y las vueltas que le damos hoy en día dulcificándolas para no traumatizar a los niños... ¡Pobres angelitos!.

Joaquín




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