Árbol ya largamente florecido,
con el tronco tatuado de iniciales,
lo dejaron en pie los vendavales,
sin una hoja, ni una flor, ni un nido,
igual que un corazón envejecido
que aún palpita, sin bienes y sin males,
lleno de sal, como los litorales,
con fatiga de amor y sed de olvido.
--J. A. Buesa--
Diego podría haber sido de Fuente de Cantos, pero no lo era. Acabó, el hombre, enamorándose de aquella chica guapa y pizpireta, compañera de sus juegos infantiles.
A Isabel, que tampoco era fuentecanteña, le paso igual. Fueron tantas las correrías por las calles del barrio, tantas las risas juntos, que su varonil figura de joven atrevido que estaba colado por ella se le metió de lleno en sus entrañas.
Diego e Isabel se amaban con locura y habían planeado casarse, pero, ¡Ay!, el padre de Isabel (otro forastero) se negó en redondo a desposarla con un, don nadie---le llegó a decir---tenía otros planes para su hija..
Diego insistió y ella le rogó a su padre, pero éste no cedía. Tanta fue la insistencia de Diego, tantos sus ruegos que, ¡por fin! accedió, pero con una condición: un plazo de cinco años le dio al joven para hacerse con fortuna. Si no lo hacía en ese tiempo casaría a Isabel con otro hombre de mejor posición..
Diego se marchó primero a Alemania y luego a Australia. Trabajó duro, montó un negocio e hizo fortuna.
A los cinco años volvió al pueblo, rico y con buena posición. Con un Mercedes 500 le vieron entrar por el Calvario. Enseguida fue en busca de Isabel. Pero, ¡Oh!, a Isabel la habían casado con un rico comerciante de Almendralejo que la pretendió. Su padre olvidó la promesa.
Con el corazón destrozado, Diego se vio una tarde con ella en el Parque Zurbarán, en secreto. Allí le reiteró su amor nunca olvidado, y le contó su aventura en pos de riqueza para desposarla. Por su parte, Isabel le confesó que jamás había dejado de quererlo, pero ahora se debía a su nuevo esposo..
A la mañana siguiente encontraron a Diego muerto en casa de sus padres, ¡se había suicidado!..
Durante el entierro, al que asistió todo el pueblo, el marido de Isabel, atendiendo a las súplicas de ella y sabiendo que todos los presentes lo deseaban, consintió que ésta le diera un último beso de despedida..
Con los ojos arrasados por las lágrimas, Isabel se inclinó hacia el féretro donde yacía su amado y le besó en la boca.. Pero... ¡Oh!, pasaba el tiempo y ella no despegaba los labios del cadáver. Su cabeza seguía junto a la de él..
Se acercó el párroco a desunirlos. Quedó pasmao, ¡¡Dios mío, estaba muerta!!.. ¡¡Había muerto de amor!!..
El marido de Isabel, comprensivo, accedió a que fueran enterrados juntos. Quizás el clamor de todo el pueblo, conmocionado por los sucesos, le obligó a ello.
Estos hechos (más o menos) son verídicos, sucedieron en 1217, pero no en Fuente de Cantos, sino en Teruel. Ahora los conocemos como Los amantes de Teruel..
Perdonad la osadía de intentar confundiros. Sólo quería homenajear a los cientos, miles de parejas de amantes fuentecanteños que han vivido historias de amor intensa. ¡Ay, si conociéramos sus entresijos!..
Joaquín
Tumba donde yacen los dos jóvenes
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