jueves, 14 de febrero de 2019

El drama llegó cuando quedó embarazada

                                                                                




En mi lóbrega y yerta fantasía

brilla tu imagen apacible y pura,

como el rayo de la luz que el sol envía

a través de una bóveda sombría

al roto mármol de una sepultura..

--José Batres--


Eloísa sólo tenía dieciséis años cuando se enamoró de Abelardo, su profesor, de treinta y ocho. Le doblaba la edad, pero, ¡Ay, el amor es ciego!.. Bueno, según se mire, porque ella era una joven muy atractiva, y él no estaba mal, además tenía un piquito de oro. 

De las miradas que se dirigían los dos al principio pasaron a las insinuaciones, y después a los besos clandestinos, y a los roces, y... ¡Eloísa quedó preñada!.. 

Eloísa vivía con su tío Fulgencio, un canónigo con buena posición y con un amor fraternal hacia ella a prueba de bombas. Por eso se llevó el disgusto de su vida cuando se enteró del embarazo de su sobrina.

Abelardo, a pesar de ser un hombre sabio y juicioso, actuó mal, fingió un rapto y la llevó lejos, con su hermana, a Bretaña. Allí podría tener al niño sin que nadie interfiriera. Pero no midieron bien el poder de su tío Fulgencio, el canónigo. Éste montó en cólera en cuanto lo supo y obligó a la pareja a pasar por la vicaría.

Y se casaron. No obstante Abelardo tuvo que trasladarse a vivir a París por motivos laborales, ella se quedó en Bretaña.. Y empezó la confusión. ¡y la tragedia!. Sí, porque, creyendo que el irse a París lo hacia Abelardo para deshacerse de ella, su tío, enfurecido, contrató a dos sicarios que irrumpieron en su casa y lo castraron..

Os recuerdo brevemente en qué consistía antaño una castración, porque tiene migas: Le cortaban directamente y de sendos tajos los testículos al pobre desgraciado. Después con un hierro incandescente cicatrizaba la herida. Durante los días posteriores le hacían beber mucha agua para mantenerle abierto los canales de la orina, y por supuesto nada de coyundas de por vida.

Al enterarse de la capadura de su amado, Eloísa, quedó desolada. Se metió en un convento y fue de por vida una sabia pero triste abadesa. Eso, sí, jamás olvidó a Abelardo. A éste buen hombre le perdonaron el desliz, volvió a dar sus clases de filosofía y poco a poco fue olvidando a Eloísa, y asumiendo su terrible amputación. 

Al final de sus días, Abelardo ingresó también en un convento. Murió a los 62 años convertido en uno de los mejores filósofos de la historia. Eloísa le sobrevivió veintidós años aún enamorada. A su muerte pidió ser enterrada junto a su amado...

Joaquín

                                                                               

                                                                Abelardo y Eloísa

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