Mi alma es una princesa en su torre metida
con cinco ventanas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma que, desde antes de morir volaba,
es un ala magnifica, libre de toda traba...
Tú no eres el fantasma:¡el fantasma soy yo!
--Amado Nervo--
¿Lo sabéis todo de la maldad humana? Bueno, sí, podríais ponerme algunos ejemplos especialmente crueles, los hay y muchos. Me hablaríais de violadores, de asesinos en serie, o incluso de recientes mandatarios que invaden países ajenos y causan miles de muertos inocentes; sin embargo os voy a contar yo un caso que superará con creces cualquiera de los que hayáis imaginado.
Ahí va:
Hubo una vez un emperador bizantino llamado Basilio II, al que apodaron “Bulgaróctono”, es decir, “matador de búlgaros”. Con este apelativo tan cariñoso ya os adelanto por donde van los tiros.
Bien, pues el "bueno" de Basilio II decidió darle un escarmiento a los búlgaros, con los que su país estaba en guerra. ¿Sabéis que hizo el tipo? No se le ocurrió otra cosa, al colega, que cegar los ojos a los quince mil prisioneros que tenia en su poder y, ¡pásmaos!, a ciento cincuenta de ellos los dejó sólo tuertos.
¿Qué por qué les dejó un ojo sano a esos ciento cincuenta?, me preguntaréis. Tened paciencia, ahora os informo con detalles..
Mientras tanto, el rey Samuel Esteban, el gobernante de Bulgaria, había recibido el aviso de la puesta en libertad de sus soldados cautivos por Basilio II y se dispuso a recibirlos en la frontera rodeado de su pueblo con cariño y alborozo, pero...
Claro, el camino de vuelta de los pobres prisioneros búlgaros a su país (cientos de kilómetros) fue de traca, por cada cien ciegos iba a la cabeza un tuerto que los guiaba.
Los familiares de los presos, conmocionados, vieron llegar un ejercito andrajoso de quince mil soldados, exánimes, cubiertos con harapos, descalzos y ¡con las cuencas de ojos vacías!. Imaginaos qué horror, ¡todo un regimiento de zombis!.
¿Qué cómo puede haber tanta maldad en el ser humano?. La hay, sin duda. A veces sacamos la hiena que llevamos dentro y anula por completo la bondad, que tambien tenemos.
Por cierto, al gobernante búlgaro, Samuel Esteban le dio un shock al ver llegar así a la comitiva. Quedó tontito el resto de su vida...
Joaquin
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