martes, 19 de septiembre de 2023

Ella, aquella amiga fuentecanteña, me contó su secreto

                                                                                     



Te acordarás un día de aquel amante extraño

que te besó en la frente para no hacerte daño.

Aquel que iba en la sombra con la mano vacía,

porque te quiso tanto que no te lo decía.

Aquel amante loco que era como un amigo

y que se fue con otra para soñar contigo

J. A. Buesa--


Tras la cena, nos quedamos solos Pepa y yo, en la mesa del restaurante de El Gato. Su marido y mi mujer habían salido a la calle a fumar. 

No sé, noté en Pepa ganas de contarme algún secreto, incluso creo que esperó el momento justo para hacerlo. Quizás algo relacionado con las relaciones de pareja, que de eso habíamos estado hablando los cuatro un rato antes. Acababa yo de decirle a ella que debíamos respetar cierta independencia de cada uno: 

---Estoy de acuerdo, Joaquín---me respondió---la mejor manera de vivir feliz con la persona amada es no pretender modificarla.

Siempre lo había creído así, querer cambiar la manera de ser y de pensar de tu pareja es un error; un error que te lleva irremisiblemente al divorcio, a la melancolía o a la infelicidad. Y se lo hice saber:

---Por eso te lo decía, Pepa. Estoy de acuerdo contigo, debemos tolerar los espacios privados de cada uno.

De pronto intuí que Pepa lo que pretendía realmente era hablarme de la mala relación con su marido. Algo me había adelantado días atrás. De hecho, enseguida se metió de lleno en el tema:

---Mira, Joaquín, sé que mi marido es amigo tuyo y quizás no te guste lo que voy a decirte, pero es que nada de lo que hace y dice me gusta, y estoy empezando a hartarme. A veces---reiteró---es tan insoportable que no inmiscuirme en su manera de pensar, en su manera de reírse, de vestir, de comer, de pensar, y hasta de hablar, es un suplicio. 

Vaya, la cosa se ponía interesante, pensé. Me estaba enterando de cosas que ni por asomo hubiera pensado de ellos. Siempre los creí felices. Intenté apaciguar lo que pude. Incluso poniendo cara de preocupado, le dije:

---Déjame que te cuente algo, Pepa. Conocí a un tipo muy inteligente, culto, comedido, prudente, considerado... en resumidas cuentas, un tipo encantador que causaba admiración allá donde iba. Su mujer, sin embargo, era todo lo contrario, guapa sí, pero frívola, ignorante, ostentosa. Hacían muy mala pareja; todos murmuraban en cuanto se daban la vuelta:

---¡Coño, y cómo es posible que este hombre aguantara a esa mujer horrible!---exclamó ella impaciente

---Pues aguantó el tío---le dije rotundo---jamás le dijo nada ni le recriminó nada, la dejó hacer. Con decirte que ambos murieron muy viejos, unidos y felices, te lo digo todo. Al menos esa es la imagen que transmitían. 

---Puede pasar, Joaquín, no digo que no---me respondió ella no muy convencida---no porque tu pareja sea un pendejo debemos pagarlo los dos; la gente sabe distinguir, pero, ¡es tan difícil no decir nada! Al menos en mi caso!---concluyó

Supongo que le hice pensar un poco esa noche, pero no las siguientes, porque dos meses más tarde me vino diciendo que se iba a divorciar de su marido. Son muy distintos los dos, lo reconozco. Lo que no sé es cómo ha aguantado tanto.

Por cierto, el tipo de la historia que le conté lo conocí bastante, su mujer, la frívola, era mi vecina. 

Joaquín







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