Desde este mismo instante seremos dos extraños.
Por estos poco días, quién sabe cuantos años...
Yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido
uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Y así, mañana, al vernos en la calle, al ocaso,
tú bajarás los ojos y apretarás el paso-
--J. A. Buesa--
---¿Crees en Dios, Joaquín?---me preguntó la otra mañana mi amiga Luisa
Debió ser que al pasar por la Parroquia de mi pueblo se le ocurrió decirme eso. No entramos, estaba cerrada la puerta, pero nos quedamos un rato mirando la fachada. Fue dejar la iglesia atrás y seguir caminando cuando me hizo la pregunta.
---¡Uy!---exclamé yo---creo en Dios, pero a mi manera. Me gustaría creer más, estar seguro de que existe, de que es tal y como me lo han contado siempre. Sería maravilloso saber que me espera allí, en ese idílico lugar que llamamos Cielo, y que sigue mis pasos.
---Bueno bueno, pero en esto o se cree o no se cree, no hay medias tintas---respondió ella
---Cierto, pero permíteme que dude, Luisa---le dije yo---no quiero, pero dudo, por eso te digo que creo a mi manera, que es creer por tradición, por costumbre, y hasta por cierto temor. Creería en Dios con los brazos abiertos si este me hiciera una señal clara de su existencia.
---¿Deliras?---se extrañó---¿cómo te va hacer una señal? ¿a ti solo? jajaja
---Sí sí, ríete---repliqué---no quiero hacerte renegar de tus ideas, pero, ¿por qué Dios tan poderoso y omnipotente como es, no se deja ver en un lugar público para que todos lo veamos y no tengamos que especular sobre si existe o no existe?..
Luisa se puso seria. Debió ser que mis palabras le hicieron pensar. No obstante no se amilanó, y atacó enseguida.
---Pero, precisamente eso es la fe, Joaquín, creer sin ver.
---¿Y qué necesidad tiene Dios en andar así?---insistí---¿y por qué manda a su hijo a nacer y morir en un lugar apartado del mundo y que a todos nos cueste siglos saber que ha existido?. ¡Demonios, pero si con sólo una señal suya rotunda todo el mundo creeríamos a pies juntillas!
---¡Vaya, conociéndote, cómo se me ocurriría hacerte esa pregunta!, jajaja---se carcajeó---ahora me quedas en la duda, igual que la tuya---concluyó
Me reí con ella. Terminamos la conversación a la vez que nos despedíamos. Iba a pasarse por la farmacia, me dijo. Pero antes del adiós me sinceré con ella. Le dije:
---¿Sabes una cosa? Envidio a los muy creyentes. Me encantaría ser un uno de ellos. Sí, estar convencido de la existencia de Dios; mi vida entonces tendría más sentido.
Quedamos para otro día y retomar la conversación. Por cierto, Luisa es vecina y muy buena amiga. No habíamos encontrado de vuelta a casa, por casualidad.
Joaquín
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