Me miro en el espejo y no he dejado de ser
la misma, la que creyó en príncipes
la virgen, la que leía libros en el bus
la misma, con sus faldas cortas
y sus piernas flacas, la misma,
la que medio soñó con hijos
la que pasó seis años con el
mismo novio, la que se equivocó
pensando que lo amaba,
la misma.
–Aída Toledo--
La tercera guerra mundial había terminado. Todo lo había destruido.
Pasaron años y más años. Los chicos y las chicas crecieron mirándose estúpidamente extrañados: el amor había huido de la tierra.
Un día, una chica que no había visto nunca una flor, se encontró con la última flor que nacía en este mundo. Y corrió a decir a las gentes que se moría la última flor. Sólo un chico le hizo caso, un chico al que encontró por casualidad.
El chico y la chica se encargaron, los dos, de cuidar la flor. Y la flor comenzó a revivir. Un día una abeja vino a visitar a la flor. Después vino un colibrí.
Pronto fueron dos flores; después cuatro… y después muchas, muchas. Los bosques y selvas reverdecieron. Y la chica comenzó a preocuparse de su figura y el chico descubrió que le gustaba acariciarla. El amor había vuelto al mundo.
Sus hijos fueron creciendo sanos y fuertes y aprendieron a reír y a correr.
Poniendo piedra sobre piedra, el chico descubrió que podrían hacer un refugio. Muy deprisa toda la gente se puso a hacer casas. Pueblos, ciudades y capitales surgieron en la tierra. De nuevo las canciones volvieron a extenderse por todo el mundo.
Se volvieron a ver trovadores y juglares, sastres y zapateros, pintores y poetas, soldados, lugartenientes y capitanes, generales, mariscales y libertadores. La gente escogía vivir aquí o allí.
Pero entonces, los que vivían en los valles se lamentaban por no haber elegido las montañas. Y a los que habían escogido las montañas, les apenaba no vivir en los valles…
Invocando a Dios, los libertadores enardecían ese descontento. Y enseguida el mundo estuvo nuevamente en guerra. Esta vez la destrucción fue tan completa que nada sobrevivió en el mundo.
Sólo quedó un hombre… una mujer… y una flor.
--J. Thurber--
Por cierto, andémonos con cuidado, esto pudiera pasar algún día si a un tipejo de por allá arriba le da por apretar el botón nuclear.
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