miércoles, 19 de julio de 2023

Qué feliz, cuando le dijeron que su marido había muerto

                                                                                        



Y, tú que el agua acreces
del mar en que me esperas, con tu
llanto ¡Madre!...¿no fui mil veces
golondrina en tu alero;
Rey Mago en tu Pesebre; en tu
quebranto serenador lucero?.

--D. D. Urrutia--


Sabiendo que Magdalena padecía de problemas del corazón, se tomaron muchas precauciones para trasmitirle, de la forma más suave posible, la noticia de que su marido, Fernando, había muerto. Fue su hermana Luisa la que le dijo:

---Magda, querida, Ernesto, el compañero de tu marido, ha llamado por teléfono y me ha comunicado que Fernando aparece en la lista de víctimas de un accidente ferroviario ocurrido esa mañana.

Magdalena rompió a llorar de inmediato en los brazos de su hermana, con un repentino y salvaje abandono. Cuando la tormenta de dolor amainó se retiró sola a su habitación. No permitió que nadie la siguiera.

Frente a la ventana abierta había un cómodo y espacioso sillón. Se hundió en él, presa de un agotamiento físico que inmovilizó su cuerpo y parecía querer alcanzar su alma.

Magdalena era una mujer aún joven, con un bello y calmado rostro y unas facciones que dejaban entrever contención e incluso cierto temperamento, pero intuía que algo iba a sobrevenirle y estaba esperándolo con temor. ¿Qué sería? Lo desconocía, pues era demasiado sutil y esquivo para ponerle nombre. 

Entonces, su pecho comenzó a subir y bajar agitadamente. Cuando se dejó llevar, una palabrita susurrada escapó de sus labios entrecerrados. La murmuró una y otra vez:

¡Libre, libre, libre!

Ya no habría nadie a quien dedicar su vida en los siguientes años, viviría para sí misma. No obstante, lo había amado. A veces. A menudo no. ¡Qué importaba! ¡Qué sentido tenía el amor, ese misterio sin resolver, frente a esa energía que de pronto reconocía como el impulso más poderoso de su ser!

¡Libre! ¡Libre en cuerpo y alma! —continuó suspirando de alegría

Su hermana Luisa estaba arrodillada ante la puerta cerrada, con los labios contra la cerradura, implorando que la dejara pasar:

¡Magda, abre la puerta! Te lo ruego, abre la puerta. Vas a ponerte enferma. ¿Qué estás haciendo, Magda? ¡Por todos los cielos, abre la puerta!

Márchate. No voy a ponerme enferma---respondió Magdalena tajante

No lo haría, pues bebía del elixir de la vida a través de la ventana abierta.

Su imaginación corría desbocada por todos aquellos días que tenía por delante. Se puso en pie y abrió la puerta ante la insistencia de su hermana. Había un triunfo febril en su mirada y caminaba inconscientemente como una diosa de la Victoria. Cogió a su hermana por la cintura y juntas bajaron las escaleras.

Alguien estaba abriendo la puerta principal con una llave. El que entró era Fernando, su marido, algo desaguisado tras el viaje en autobús, cargando con su maletín y su paraguas como si tal cosa. No pudo coger el tren, llegó tarde. De hecho ni siquiera sabía que había ocurrido el accidente. Permaneció de pie, sorprendido ante el desgarrador grito de Magdalena.

Cuando llegaron los médicos dijeron que Magdalena había muerto de una enfermedad del corazón: la alegría que mata.

--K. Chopín--

Por cierto, es una historia real




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