viernes, 28 de julio de 2023

Tragedia en la calle Jesús, de Fuente de Cantos

                                                                               



He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío: 

una blanca, otra roja, como tu amor y el mío. 

Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo: 

la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo. 

--J. A. Buesa--



De Pascuas a Ramos bajaba mi abuelo Joaquín a la plaza. Pero aquella fresca mañana lo hizo, de casualidad. Terminó unas cosillas en casa, se cambió de pantalón y de chaqueta, y avisó a mi abuela de que salía, que volvería pronto. Enfiló la calle Gravina para abajo. A no pocas vecinas saludó, me dijo mi abuela.

Pasó el callejón de la iglesia, airoso esa mañana de marzo, y tropezó, casi, con su amigo Leocadio, que iba en la misma dirección que él y con las mismas intenciones. Un buen rato echaron los dos en las tabernas de la Plaza. Hablaron de sus cosas, y más. Tiempo hubo para todo, pues cuando decidieron volver era ya la una del mediodía. 

Leocadio vivía en la calle Jesús, al final, casi en la carretera, así que a la vuelta decidieron regresar juntos. Subieron por la calle Llerena, torcieron luego a la derecha, por la de Sevilla (Virgen de Guadalupe) y así hasta la de Jesús. Enfrascados iban con lo del mal año de cosecha que esperaban.

Y entre porfía y porfía iban ya por la mitad de la calle, cuando... a lo lejos percibieron un revuelo de gente. De repente voces y gritos. Gente corriendo vieron salir hacía donde parecía que había pasado algo; una multitud se fue congregando.

Enseguida se dieron cuenta de que algo pasaba allí y echaron a correr por si podían ayudar en algo. Al llegar mascaron la tragedia: ¡¡en mitad de la calle yacía un niño chico, y una mujer, posiblemente su madre, daba gritos de auxilio abrazada a su cuerpecito!!.

Supieron del accidente; el niño Antonio María González Yerga, de 2 añítos, había sido atropellado por un carro de mulas. Había fallecido casi en el acto. A su madre, Antonia Yerga, intentaban consolada, sin éxito, las vecinas de la calle. 

Un palmo más adelante del lugar del accidente permanecía parado el carro y las dos mulas, todavía resoplando. En frente, sentado en el umbral de una casa vecina, un hombre al que mi abuelo reconoció enseguida, con la cabeza gacha y repitiendo sin parar:

---¡No lo vi!, ¡No lo vi, lo juro! ¡El niño se metió debajo del carro!..

Poco pudieron hacer mi abuelo y su amigo. 

El médico, D. Joaquín Rodríguez Pagador, acompañado del nuevo párroco, D. Bernardo López, no tardaron mucho en llegar al lugar, no pudiendo hacer otra cosa que certificar la muerte del niño.

Mi abuelo llegó a casa desolado.

Esta y cien historias más me las contó mi abuela Carmen a lo largo de mi vida junto a ella. 

Por cierto, el aquí descrito es un caso real ocurrido en la calle Jesús, de Fuente de Cantos, el 8 de marzo de 1916.

Joaquín






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