jueves, 20 de julio de 2023

¿Creéis que todas las madres son buenas? Mirad esta

                                                                           



                                                                                      

La bruma triste los envolvía:

ella gemía ¿qué haré yo ahora?...

Y una gaviota revoladora

oyó al marino que le decía

que era su virgen, su pescadora,

que no llorara, que volvería...

---D. Urrutia--


Atardecía en aquel día bochornoso y Santiago no tenía nada que hacer; quizás por eso, buscando un lugar fresco se le ocurrió entrar a la vieja iglesia y sentarse a soñar en ese rincón oscuro detrás del confesionario, mientras veía cómo iba extinguiéndose la luz a través del rosetón.

Dormitaba, casi... de pronto, y sin saber cómo ni por qué, se convirtió en involuntario testigo de una confesión:

---¡Le repito, padre, que puse veneno en su tisana!

Lo oyó nítidamente, ¡¡y eran palabras dichas con impaciencia por su madre!!. Después, nada más. Su madre, cuyo rostro no alcanzaba a ver, se levantó del reclinatorio y, silenciosamente, desapareció en la espesura de las tinieblas. El sacerdote estaba quieto como un muerto, y largos minutos transcurrieron antes que abriera la portezuela y se marchara él también, con el paso lento de un hombre destrozado.

Santiago, anonadado, necesitó del persistente tintineo de las llaves del sacristán, cuya invitación a retirarse resonó largamente en la nave, para poder levantarse; a tal punto esas palabras que le repercutían como un clamor, lo habían dejado estupefacto. ¡Había reconocido perfectamente la voz de su madre! ¡Oh, imposible equivocarse! ¡Había reconocido también su manera de caminar cuando la sombra femenina se irguió a dos pasos de él!.

Pero, ¿qué había ocurrido? ¡Todo se derrumbaba, todo se esfumaba, todo no era más que una monstruosa broma! Vivía solo con esa madre, que no veía casi a nadie y apenas si salía para asistir a los servicios religiosos. Se había acostumbrado a venerarla con toda su alma, como a un modelo de rectitud y de bondad. Jamás encontró nada oscuro en ella, nada extraño, ni una duda, ni un desvío.

Desde la muerte de su esposo, al que mataron en la guerra, y de quien Santiago apenas guardaba un recuerdo, su madre nunca había dejado de vestir de duelo y de ocuparse exclusivamente en la educación de su hijo, de quien no se separaba un solo día.

Aquello era como para perder la razón---pensaba Santiago con tristeza---como para salir a gritar por las calles. ¡¡Su madre, una asesina!! Era insensato, era un millón de veces absurdo, era absolutamente imposible y, no obstante, era cierto. ¿No acababa acaso de confesarlo ella misma? Era como para arrancarse los cabellos. Pero, ¿asesina de quién? ¡Dios mío, él no sabía de nadie que hubiese muerto envenenado entre la gente conocida!. 

Ebrio de horror y desesperación, Santiago volvió a su casa. Su madre corrió enseguida a abrazarlo.

---¡Qué tarde vuelves, mi querido hijo! ¡Y qué pálido estás! ¿Te sientes mal, acaso?

---No-–respondió él---no estoy enfermo, pero el fuerte calor que hace me fatiga y creo que no podré cenar. ¿Y tú, mamá, no sientes ningún malestar? ¿No has salido a buscar un poco de frescura? Me pareció verla de lejos en el muelle.

---He salido, en efecto, pero no pudiste verme en el muelle. Fui a confesarme, cosa que tú, pillastre, me parece ya no practica desde hace tiempo.

Santiago se sorprendió de no sentirse ahogado, de no caer de espaldas, fulminado, como ocurre en las buenas novelas que solía leer. ¡Entonces era verdad que había ido a confesarse! ¡No se había quedado dormido en la iglesia, y esa horrible catástrofe no fue una pesadilla como llegó a imaginar!!

No se desvaneció, pero palideció profundamente, tanto que su madre se alarmó.

---¿Qué tienes, mi pequeño Santiago?–le dijo--tú sufres, tú ocultas algo a tu madre. Deberías tener más confianza en ella, que sólo te ama a ti y que sólo te tiene a ti… ¡Cómo me miras, querido tesoro mío!… ¿qué te ocurre, pues? ¡Me asustas!…

Lo tomó amorosamente entre sus brazos.

---Escúchame con atención, muchacho. No soy una mujer curiosa, bien lo sabes, y no pretendo juzgarte. No me digas nada, si no quieres decirme nada, pero déjame que te cuide. Vas a acostarte enseguida. Entre tanto, te prepararé una comida muy liviana que te llevaré yo misma a la cama, ¿de acuerdo? Y si tienes fiebre esta noche, te prepararé una TISANA…

Esta vez sí que Santiago rodó por tierra; cayó fulminado por un infarto.

---¡Por fin!---suspiró ella, un poco cansada. Santiago tenía un aneurisma en el corazón en último grado, y su madre, un amante que no deseaba ser padrastro. 

--L. B.--

Por cierto, no creáis que esta historia es sólo un relato de ficción. Un caso extrañamente parecido ocurrió realmente en un pueblo del norte del país.

Joaquín





No hay comentarios:

Publicar un comentario