Para mí,
nada pido,
dadme una rama de árbol,
una roca,
y las tendré por nido.
Mi
nombre, pronunciado
con ánimo gentil
por vuestra boca,
me hará creerme
amado.
Evocad mi memoria
al
ver una luciérnaga, una estrella,
y
me daréis la Gloria.
--D. Dublé--
Érase una vez una muchacha y un joven. Estaban sentados en una piedra, en una punta de tierra que se adentraba en el mar, y las olas golpeaban hasta tocar sus pies. Estaban callados, cada uno en sus pensamientos, y vieron ponerse el sol.
Él pensó que tenía muchas ganas de besarla. Su boca parecía hecha para eso. Había visto chicas más hermosas y, en realidad, estaba enamorado de otra, pero no creía poder besar a esta nunca, ya que era un ideal y una estrella, y “a las estrellas uno no puede desear poseerlas”.
Ella pensó que querría que él la besara, porque entonces tendría una oportunidad de enojarse con él y mostrarle lo mucho que lo despreciaba. Se levantaría, levantando las faldas y ajustándolas en torno a sí; lo miraría con una mirada cargada de helada burla y se iría, derecha y sin prisas innecesarias. Pero para que no pudiera adivinar lo que pensaba, dijo en voz baja, muy lentamente:
--¿Cree usted en otra vida después de esta?
Él pensó que sería más fácil besarla si contestaba que sí. Por eso la miró profundamente a los ojos y dijo:
--Hay momentos en que creo que sí.
Esa respuesta agradó a la chica enormemente, que pensó: “De todas maneras, me gusta su pelo y también la frente. Es una lástima que la nariz sea tan fea y que no tenga una posición. Es solo un estudiante”. Con un novio como ese no la envidiarían sus amigas.
Él pensó. “Ahora, decididamente, puedo besarla”. Pero tenía mucho miedo; no había besado antes a ninguna joven de buena familia, y se preguntaba si sería peligroso. Además, padre dormía, tumbado en una hamaca, no muy lejos de allí.
Ella pensó: “¿Será quizá mejor que le dé un bofetón cuando me bese?”. Y pensó de nuevo: “¿Por qué no me besa, es que soy tan fea y desagradable?” “Me pregunto qué sentiría si me besara”. En realidad, la habían besado una sola vez, un teniente, después de un baile y no le gustó.
Mientras estaban allí sentados, cada uno en sus pensamientos, el sol se puso y oscureció.
Y él pensó: “Ya que está todavía sentada a mi lado y el sol se ha ido, quizá no tenga nada en contra de que la bese”.
Y lentamente le pasó un brazo sobre los hombros.
Eso ella no lo había previsto. Había creído que la besaría sin más preámbulos y que entonces ella le daría una bofetada y se iría como una princesa. Ahora no sabía qué hacer; quería enfadarse con él, pero no quería perder la oportunidad de ser besada. Por eso se quedó sentada completamente quieta.
Entonces él la besó.
Era mucho más extraño de lo que ella había pensado; sintió que se quedaba pálida y sin fuerzas, y que se había olvidado totalmente de darle un bofetón, y de que no era nada más que un estudiante.
Cuando salió la luna, estaban todavía sentados besándose.
Ella le susurró al oído:
-Te amé desde el primer momento en que te vi.
Y él respondió:
-Para mí no ha habido otra en el mundo como tú.
--Hjalmar Söderberg--
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