Cuando murió su abuelo, con el que vivía, María Teresa (duquesa de Alba) se trasladó a un caserón en el centro de la ciudad. Estaba en la plenitud de su lozanía, tenía veintiocho años. Allí la conoció Francisco de Goya, que casi le doblaba la edad. Él ya conocía la fama de impúdica que su nombre provocaba por las tabernas y mentideros de Madrid, pero quedó seducido por su radiante belleza; besó su mano y escuchó de sus labios de un halago:
--No voy a tener mucho tiempo---le dijo ella---debo hacer un viaje largo, pero cuando regrese debéis hacerme un retrato con vuestra nueva forma de pintar. Todo el mundo está entusiasmado con tus pinturas.
Francisco presagió que aquella hermosa y misteriosa mujer iba a ser la tentación suprema de su vida, y también el mayor de sus peligros. Llegó a saberlo todo de ella, de sus amores, de sus desvelos, de sus apetencias sexuales, de sus emociones, pero era incapaz de plasmarlo en un lienzo. La pintaba y pintaba, pero rompía la tela una y otra vez. Realizó decenas de bocetos de su rostro que luego borraba.
Un día, por fin, la pintó por primera vez.. Ella tenía treinta y tres años y aún conservaba toda su belleza.. Sólo unos años después murió en extrañas circunstancias. Se especuló con todo tipo de hipótesis sobre su prematura muerte, desde el asesinato, el envenenamiento o incluso el suicidio.. Cualquier cosa pudo suceder y cualquiera pudo ser el asesino.
Investigaron, pero nada se aclaró. Y es que por la vida de María Teresa pulularon toda clase de gente, desde toreros enamoradísimos de ella, políticos como nuestro paisano extremeño Godoy, la misma reina María Luisa por envidia, dandis busca-fortunas como Pignatelli (su amante oficial) o el mismo Francisco, celoso y obsesionado por ella la pudo haber envenenado con los ungüentos nocivos de su pintura (algo de esto último se habló)..
Joaquín
La última Duquesa de Alba, Cayetana, posando delante del cuadro de su antepasada y protagonista del artículo, María Teresa
Francisco de Goya, ferviente enamorado de María Teresa



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