Ellas, las que me amaron, supieron de mi olvido;
y ellas, las olvidadas, me olvidaron también.
Y hoy, a veces, me miran como a un desconocido,
como si me miraran buscando un parecido
que les recuerda a alguien, sin recordar a quién.
--J. A. Buesa--
Bajábamos por la calle Llerena con la idea de llegar a la Plaza y sentarnos una rato en una perrunilla. De pronto se me para frente al escaparate de la perfumería Guedu y se mira en el espejo. El cristal reflejaba las dos figuras, la suya y la mía. Y me dice:
--¿Te parezco guapa, Joaquin?
Quedé sorprendido con la pregunta. Le contesté, claro_
--Pero, bueno, Conchita, ¿y eso? ¿Cómo se te ocurre hacerme esa pregunta? Qué pretendes jajaja.
Por un momento pensé cosas raras, pero enseguida me arrepentí, Conchita es amiga de mi mujer, buena amiga. Además tenemos con ella confianza plena; de ahí mi extrañeza, y mi estupidez por pensar bobadas.
--No pienses mal----me replicó rápido----te lo decía porque siempre me queda la duda de si los hombres que me miran, lo hacen por mi culo o por mi cara.
---¡Mujer!---exclamé---supongo que te miran por ambas cosas. Tienes unas piernas preciosas, y además no eres fea.
Le decía una verdad a medias, guapa no era, pero tampoco iba a cometer la torpeza de siquiera insinuárselo. Lo cogió con agrado.
---Jajaja, no sé cómo tomarme eso que dices---me respondió riendo---si como un piropo o como un simple consuelo.
Seguimos calle abajo, pero no perdimos el hilo de la conversación. Antes de llegar a la Plaza quise aprovechar un rato de silencio para soltarle un rollo de los míos y de paso salir del atolladero halagador.
--Por cierto, Conchita, de todos los bienes naturales, el más envidiable es la belleza corporal. Es un Don gratuito de la vida que no exige mucho trabajo; se impone y cautiva a todos sin discusión. Pero yo pondría delante el talento y tu simpatía, a ti de eso te sobra.
Me miró extrañada y medio en broma me regañó:
--Venga, Joaquín, déjate de lisonjas que ya sabes no me hacen falta. Dime la verdad que no me voy a molestar
Conchita no destaca por su hermosa cara, pero tiene un tipazo y sé que muchos la miran con procacidad. Anda recuperándose de un divorcio conflictivo y las dudas existenciales la asaltan de vez en cuando. Entre mi mujer y yo tenemos el propósito de hacerle olvidar un desamor profundo.
Tardé un rato en contestarle, más que nada porque no quería herirla lo más mínimo, ni con mentiras ni con falsas verdades. Aún así le dije:
--Te lo digo en serio, dichosas las que ya vengáis de fábrica con esos dones que son la belleza y la simpatía. Tenéis las puertas abiertas al éxito con nada que pongáis de vuestra parte.
Según le hablaba percibí una leve sonrisa en sus labios. Eso me alegró, pues no era otro mi propósito. Enseguida llegamos a la Plaza y nos sentamos en la perrunilla que está junto al cuartelillo de la policía municipal, daba la sombra. Mi mujer no tardaría en llegar, la habíamos dejado en la mercería de Encarni comprando unas bobinas de hilo.
Joaquín
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