¿Dónde volaron, ¡ay! aquellas horas
de juventud, de amor y de aventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
¡Ilusiones que llora el alma mía!
--Espronceda--
Y llegó el día elegido. Totalmente desnuda montada en un caballo blanco salió de su castillo y se paseó en pelotas por las aldeas de la comarca. Sólo su larga cabellera rubia tapaba sus partes pudendas..
Era una mujer muy especial; su vida y su historia fueron tan reales como extraordinaria, y lo fue tanto que aún hoy, muchos años despues de ocurrir aquello, todavía se le recuerda con admiración..
Era inglesa, de ahí lo de rubia, y a pesar de tener vasallos y sirvientes fue muy querida por todos ellos. Cosa rara como sabéis, pues habitualmente los patrones y señoras de entonces solían ser unos déspotas..
Pero para déspota su esposo, un tipo huraño, mal-encarado y ambicioso, que agobiaba a sus siervos a base de desorbitados impuestos..
No fueron pocos los campesinos que suplicaban a la bella dama rubia que intercediera por ellos ante la codicia de su marido, para que fuera clemente y les bajara los impuestos, ¡estaban arruinados!.
Y ella intercedió...
---Tus vasallos son simples rufianes y se merecen que los trate mal---le respondió su marido. Y le retó a una apuesta. Le dijo:
--Estoy tan seguro de que todos esos que defiendes con tanto ahínco son unos gañanes y sólo ven en ti un deseo sexual, que si montas a caballo y te paseas desnuda por el condado, te mirarán lascivos y cachondos y se olvidarán de sus peticiones.
Pero su mujer confiaba en los aldeanos. Comprendía tanto sus sufrimientos que aceptó la apuesta de su marido. Antes habló con los representantes de los vecinos, y les puso al corriente de sus planes.
Y salió a la calle el día de marras, a caballo y en pelotas.
Su marido y amigotes pendientes de la apuesta se quedaron pasmaos al ver el resultado: todos los habitantes de las aldeas permanecieron voluntariamente encerrados en sus casas y con las puertas y ventanas cerradas a cal y canto.
Sólo un tipo, un sastre llamado Tom, libidinoso ejemplar, tuvo la desfachatez de mirar con ojos de salidorro a la bella dama. A partir de entonces los vecinos le negaron la palabra y le dieron de lado, con lo que, amargado, tuvo que abandonar su aldea...
Lady Godiva, porque ésta era la dama de la que hablamos, ganó la apuesta. Su marido cumplió su promesa y se comprometió seriamente a bajarles los impuestos a sus siervos; al menos eso dicen las crónicas.
Y colorín colorado...
Joaquín
Abajo más fotos de Fuente de Cantos
No hay comentarios:
Publicar un comentario