El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
--Amado Nervo--
Aquel 17 de noviembre de 1965, ¡qué
tiempos! andaba yo jugando a las canicas por las embarradas
calles de mi pueblo. Pero en un lugar tan lejano de allí como
es Murcia, María del Carmen Martínez, una
pobre niña de once meses de edad, moría en su camita rodeada de su afligida familia..
El médico de cabecera le había diagnosticado una meningitis,
muy común en aquella época, como causa posible de la muerte de la
niña. Todos quedaron más o menos conformes. Los padres,
desconsolados, enterraron a su hijita; la vida siguió su curso. No obstante:
Cinco días más tarde ¡Oh! comenzó a sentirse mal Mariano,
el hermano mayor de María del Carmen, de sólo 2 añitos. Murió
también de manera fulminante..
El mismo médico que certificó
la muerte de la niña aseguró que Mariano se había contagiado de la
misma meningitis que acabó con la vida de la pequeña. Los padres,
abrumados por tanta muerte lloraron al pequeño y lo sepultaron
junto a su hermana. Fueron unos días terribles de dolor en la
familia.
Pero la vida, inmisericorde a las circunstancias, continuaba su curso..
El
día 14 de diciembre de ése mismo año (1965), mientras en mi pueblo yo hacía mis planes redactando ya mi abultada
lista de juguetes a pedir a los Reyes Magos, en Murcia, en la misma
casa y en la misma familia de antes, otro miembro infantil fallecía.
Se trataba de Fuensanta, hermana mayor de los
anteriores y de 4 añitos de edad.
El mazazo fue terrible. Ya nadie
creía lo de la meningitis. Las autoridades tomaron carta en el
asunto. La policía y los médicos se pusieron a investigar. ¡Qué
demonios estaba pasando ahí! ¡Qué extraño mal se está cebando
con esta pobre gente!. ¡No es normal, tres niños muertos en apenas unos días!---murmuraba la gente
Sin tener pruebas de nada, sólo sospechas,
el juez decidió internar a toda la familia (el matrimonio y los
cuatro hijos supervivientes) en el Hospital
Provincial. Les hicieron infinidad de preguntas y
pusieron la casa patas arriba, y hasta indagaron en todo el
vecindario esperando hallar algún indicio de intencionalidad en las
muertes, pero nada sospechoso encontraron.
Pasó la nochebuena y la nochevieja de ese
1965. Después de haber cantado villancicos, tocado la pandereta por
las casas vecinas y de zamparme docenas de polvorones, yo esperaba
ansioso la llegada de los Reyes de Oriente. Ese
año me sorprendieron con mi primer reloj de pulsera que les
había pedido. Sin embargo allá, en aquella casa de Murcia, no estaban para
Reyes; ni mucho menos..
Las autoridades de aquella
ciudad enternecidas por las fiestas navideñas y mientras esperaban
los análisis del laboratorio general de la policía de Madrid,
habían decidido trasladar a su domicilio a aquella atribulada
familia que ya habían perdido a tres de sus miembros más inocentes...
Pero la muerte volvió a la casa. El 4 de enero le tocó el turno a Andrés,
de 5 años; murió después de una noche de fuertes dolores
estomacales. Había cenado pan con manteca y media naranja..
El terror y la confusión estaban servidos. ¡Dios mío, cuatro niños
muertos en un intervalo de un mes!.. ¡Ya sólo quedaban tres de
siete, y el matrimonio!--se lamentaban consternados todo el
mundo.
Igual que en los casos anteriores, se le
hizo la autopsia al niño y se enviaron muestras a Madrid y, ¡por fin! llegaron los resultados ¡¡todos habían muerto envenenados!!..
¡Qué maldad! ¡Quién podría
haber hecho algo así! ¡Pobres criaturas! ¡Los padres! ¡Han sido
ellos! --pensaba todo el barrio, toda la ciudad, toda España.
Se
les detuvo y fueron enviados a un centro psiquiátrico. Mientras tanto seguían las pesquisas para averiguar el motivo de tan horribles
crímenes. De los dos niños más pequeños que quedaban se hizo
cargo la Junta Provincial de Menores. La mayor de todos, Piedad, de
12 años, quedó bajo la tutela del Tribunal de Menores. ¡Ella fue la
única testigo de todo!.
El invierno de aquel, ya, 1966, avanzaba inexorable por el calendario de la vida y de la historia. Aquí en Fuente de Cantos, mi pueblo, yo soñaba con mi primera comunión. No las tenia todas conmigo, porque en mi casa pareciera que hubiera luto. Mi padre se había ido a Barcelona a trabajar y temíamos que no pudiera asistir ¡con la ilusión me hacía!..
Como es lógico yo estaba a lo mío y totalmente ignorante de lo que pasaba a 700 kilómetros de allí, en el sureste del país, en Murcia, donde, ¡¡la policía había descubierto ya el arma homicida de los asesinatos de los cuatro niños de la familia Martínez Pérez!!.
DDT y cianuro potásico mezclado con Cruz Verde, éste potente veneno había sido suministrado a los niños en la leche... Pero, ¿Quién? ¿Por qué, dios mío?...
El 24 de marzo de 1966 ya verdeaban los campos y en el pueblo nos disponíamos a vivir la Semana Santa. Como todos los años, yo ya tenia preparado mi traje de nazareno de alquiler de la Hermandad de la Parroquia, con su capa roja, que de todas las cofradías era el que más me gustaba.. pero.. ¿Y en Murcia?, pues..
Los periódicos anunciaban a toda plana la resolución del caso de los niños asesinados. ¡¡LA HERMANA MAYOR, PIEDAD, DE SÓLO 12 AÑOS ES DETENIDA COMO AUTORA CONFESA DE LOS TERRÍBLES CRÍMENES".. Estos eran los titulares.
Los padres fueron puestos en libertad a pesar de que la niña pretendió inculparlos. Resulta que a Piedad le fastidiaba hacerse cargo de todos sus hermanitos mientras sus padres trabajaban. Le gustaba mucho los tebeos, y el trabajo con los niños la agobiaban. Aún en la inocencia de sus pocos años, tramó liquidarlos uno a uno. Fue diagnosticada de una psicopatía e internada en un psiquiátrico.
Si todavía viviera, que es
posible, Piedad tendrá ahora 68 años..
Cincuenta
y tantos años después de todo aquello, yo ya no soy aquel niño que
se vestía de nazareno o disfrutaba como un enano con los Reyes Magos, ni
mucho menos, si acaso me quedan los recuerdos, muy agradables eso
sí..
Joaquín
No hay comentarios:
Publicar un comentario