jueves, 21 de mayo de 2020

Entre la vida y la muerte..




Amiga...
Haría cualquier cosa
porque me quisieras.
Las noches desearía
que te fueran eternas
e insomnes si yo no
estuviera a tu lado.
Incluso moriría de placer
porque no fueras capaz
de vivir sin mi.
Pero no puedo aceptar
que juegues con dos barajas:
Conmigo te diviertes.
A él le deseas.
Lo he visto en tu mirada..
--Joaquín--


La historia de Stuart Mill, el célebre filósofo inglés padre del llamado utilitarismo (una corriente filosófica que abogaba por al igualdad de género y la felicidad del individuo) contiene un episodio conmovedor. Viajando por el sur de Francia con su esposa, a quien amaba con locura, murió ésta repentinamente. Y para rendir culto a la memoria de su compañera idolatrada compró cierta granja solitaria, cercana al cementerio. Desde la terraza de la casa contemplaba diariamente por encima de los arboles la blanca sepultura de la amada.
Al gran poeta mejicano Amado Nervo le sobrevino una tremenda desgracia estando como subsecretario de la embajada de su país en Madrid. Murió su amante de tuberculosis en su apartamento donde vivían sólo los dos y que nadie conocía. Después de velarla y llorarla amargamente durante dos días y dos noches, decidió enterrarla en el cementerio de San Isidro, justo frente a la ventana de su dormitorio. Todos los días sólo tenia que correr los visillos para ver su tumba. Le escribió los versos más amargos de la poesía castellana “La amada inmóvil”..
Morimos cuando deberíamos empezar a vivir, decía el gran escritor aragonés Baltasar Gracián. Y llevaba toda la razón, es triste irse de este mundo cuando hemos logrado aprender, saber e iluminar nuestro cerebro y espíritu. Pero no hemos de tenerle miedo a la muerte.
Algunos filósofos antiguos hablaban del miedo a la muerte de una manera curiosa pero certera. Decían más o menos –nada somos y nada sentimos; antes de llegar aún estamos vivos, y cuando llega ya estamos muertos, por lo tanto nada sentimos--.
Pero un poquito de trampa y retórica si que hay en estas palabras. En realidad de todo lo que rodea a la muerte le tenemos pánico a los atroces dolores y angustia que suelen precederla, y sobre todo porque al apagarse para siempre nuestra conciencia terrena muere para nosotros todo lo que amamos: la familia, los amigos, los bienes, la patria etc. etc.
En la muerte y en todos los dolores más sagrados y profundos de la vida hay un no sé qué de egoísmo desconsolador. Al llorar a un ser querido muerto ¿no nos lloramos un poco a nosotros mismos?. Diríamos que es como si nos amputara un brazo.. Schopenhauer aseguraba que el viejo se pasea tembloroso o reposa en un rincón, no siendo sino sombra o fantasma de su ser pasado. Cuando viene la muerte ¿qué le queda por matar?.
De todas maneras supongo que es sano no meditar de continuo sobre la muerte. De ella opinaba nuestro primer premio nobel de medicina, Santiago Ramón y Cajal: “Haciéndola blanco perpetuo de nuestro cariño acaba, como la mujer amada, por enamorarse de nosotros”. Pero lo más desesperante de la muerte es su eternidad. Todo en este mundo es pasajero y efímero menos ella. Constituye, pues, la única, la profunda, la inexorable realidad. Quizás por eso no la mentamos demasiado..
Joaquín

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