Amiga...
Haría cualquier cosa
porque me quisieras.
Las noches desearía
que te fueran eternas
e insomnes si yo no
estuviera a tu lado.
Incluso moriría de placer
porque no fueras capaz
de vivir sin mi.
Pero no puedo aceptar
que juegues con dos barajas:
Conmigo te diviertes.
A él le deseas.
Lo he visto en tu mirada..
--Joaquín--
La historia de Stuart
Mill, el célebre filósofo inglés padre del llamado
utilitarismo (una corriente filosófica que abogaba por al igualdad
de género y la felicidad del individuo) contiene un episodio
conmovedor. Viajando por el sur de Francia con su esposa, a quien
amaba con locura, murió ésta repentinamente. Y para rendir culto a
la memoria de su compañera idolatrada compró cierta granja
solitaria, cercana al cementerio. Desde la terraza de la casa
contemplaba diariamente por encima de los arboles la blanca sepultura
de la amada.
Al gran poeta mejicano Amado
Nervo le sobrevino una tremenda desgracia estando como
subsecretario de la embajada de su país en Madrid. Murió su amante
de tuberculosis en su apartamento donde vivían sólo los dos y que
nadie conocía. Después de velarla y llorarla amargamente durante
dos días y dos noches, decidió enterrarla en el cementerio de San
Isidro, justo frente a la ventana de su dormitorio. Todos los días
sólo tenia que correr los visillos para ver su tumba. Le escribió
los versos más amargos de la poesía castellana “La amada
inmóvil”..
Morimos cuando
deberíamos empezar a vivir, decía el gran escritor
aragonés Baltasar Gracián.
Y llevaba toda la razón, es triste irse de este mundo cuando hemos
logrado aprender, saber e iluminar nuestro cerebro y espíritu. Pero
no hemos de tenerle miedo a la muerte.
Algunos filósofos antiguos
hablaban del miedo a la muerte de una manera curiosa pero certera.
Decían más o menos –nada somos y nada sentimos; antes de llegar
aún estamos vivos, y cuando llega ya estamos muertos, por lo tanto
nada sentimos--.
Pero un poquito de trampa y
retórica si que hay en estas palabras. En realidad de todo lo que
rodea a la muerte le tenemos pánico a los atroces dolores y angustia
que suelen precederla, y sobre todo porque al apagarse para siempre
nuestra conciencia terrena muere para nosotros todo lo que amamos: la
familia, los amigos, los bienes, la patria etc. etc.
En la muerte y en todos los
dolores más sagrados y profundos de la vida hay un no sé qué de
egoísmo desconsolador. Al llorar a un ser querido muerto ¿no nos
lloramos un poco a nosotros mismos?. Diríamos que es como si nos
amputara un brazo.. Schopenhauer aseguraba que el
viejo se pasea tembloroso o reposa en un rincón, no siendo sino
sombra o fantasma de su ser pasado. Cuando viene la muerte ¿qué le
queda por matar?.
De todas maneras supongo que es
sano no meditar de continuo sobre la muerte. De ella opinaba nuestro
primer premio nobel de medicina, Santiago Ramón y Cajal:
“Haciéndola blanco perpetuo de nuestro cariño acaba, como la
mujer amada, por enamorarse de nosotros”. Pero lo más desesperante
de la muerte es su eternidad. Todo en este mundo es pasajero y
efímero menos ella. Constituye, pues, la única, la profunda, la
inexorable realidad. Quizás por eso no la mentamos demasiado..
Joaquín
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