Incluso alguna vez en la calle,
o en cualquier paseo o lugar,
creo verte entre la multitud.
Y corro aturdido entre la gente
detrás de la silueta de una
desconocida creyendo que eres tú.
Luego, desengañado, me siento
en un banco mientras disuado
mi enfebrecida imaginación y tranquilizo,
a duras penas, mi desbocado corazón
--Joaquin--
El ujier usó una palanqueta y abrió la tapa, luego miró en el interior del baúl, ¡Dios santo!--exclamó--¡hay un cadáver dentro!.
Todos corrieron como locos a ver el muerto.. Estupefactos llamaron enseguida a los guardias que custodian la estación. Se temieron lo peor ¡Un crimen!.
Y es que...
El día 30 del último mes del año, como era costumbre en la Estación del Norte de Madrid, la compañía, Noroeste, que gestionaba trenes y la mercancía, subastaba los equipajes y objetos extraviados que durante todo el periodo reglamentario no habían sido reclamados por nadie. Ése año de 1920 fueron muchos
Unos de los objetos a subastar era un baúl de madera de pino, de un metro de largo por medio metro de ancho, herméticamente cerrado con un robusto candado de latón, y que llevaba en las dependencias de la estación casi un año.
Llegó la policía. El informe realizado al cadáver decía que: se trata de una mujer rubia de unos treinta años edad y que llevaba muerta al menos un año. Dentro del baúl aparecieron, además del cuerpo semi-descompuesto de la infortunada mujer, unos documentos muy esclarecedores, a primera vista.
La noticia, como era de esperar, corrió como la pólvora de boca en boca por las frías calles del Madrid de aquel invierno. La gente se preguntaba: ¿Quién podría haber facturado el cadáver como un paquete más? ¡Qué cuajo!. ¿Habrá sido un crímen?.. En los documentos que acompañan al cadáver, según la prensa, aparece un tal Carlos Céspedes, domiciliado en Madrid.
La policía da con el paradero de Carlos Céspedes y el juez ordena su detención inmediata. A él venía consignada la macabra mercancía. Fue la comidilla de esas gélidas navidades. Todo el mundo estaba expectante y deseoso de conocer noticias definitivas..
El día 1 de enero de 1921, ¡por fin!, en los periódicos de la mañana aparecieron las fotos y los textos sobre la resolución del caso, y el caso es que, ¡no había caso!.
El señor Gonzalo Céspedes Ramírez era un abogado de 67 años que vivía en la calle Pontejos de Madrid. Declaró ante el juez que el cadáver descubierto en el baúl era de su hija Blanca, muerta en Filipinas en 1918, y que sus restos se habían exhumados un año más tarde con la intención de ser enterrados definitivamente en el cementerio de la Almudena de Madrid, ¡qué ocurrencia!.
La gente, morbosa, se quedó con ganas de más. Habían imaginado un truculento crimen y se encontraron con una simple traslación ilegal de restos humanos.
El caso quedó resuelto, pero algunos flecos quedaron en el más puro misterio.. ¿Por qué nadie reclamó el baúl de la estación?. ¿Por qué el padre tardó más de un año en recoger el cuerpo de su hija?. Todavía, cien años después de aquella historia, nadie ha sabido responder a esta pregunta..
Joaquín
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