lunes, 11 de mayo de 2020

El amor en tiempos de cólera




Yo no creía en el amor. Hoy creo.
Creo, porque me hieren sus espinas.
Yo era ciego quizás..,y ahora veo..
Veo un sol que se me hunde, y mi deseo
le sigue entre las brumas vespertinas.
--Rubén Darío--

La definición más común de lo que es la felicidad aparecen en casi todos las enciclopedias. Sería la emoción que se produce en un ser humano cuando cree haber alcanzado una meta. Otras veces se dice que es una medida de bienestar percibida por un individuo y que influye en sus actitudes y comportamientos.
En cualquier caso no son estos los mejores momentos para alcanzar la felicidad, abrumados como estamos por los efectos del virus. Al menos la felicidad colectiva, aunque esto no quita para que personalmente muchos sigan siendo felices, a pesar de los pesares..
En el mundo occidental, sobre todo en el católico, me da la nariz que nunca ha estado bien visto ser felices. Pareciera que esto estaba reservado sólo para el Más Allá (cielo). Y que a éste paño de lágrimas que es el mundo habíamos venido nada más que a sufrir igual que Jesucristo.. Recuerden el montón de gente: monjes, frailes o santos que para ser buenos y alcanzar la gloria debían pasar hambre, deshacerse de todo bien material, y ¡hala!, a vivir por esos mundos de dios pidiendo limosnas y sufriendo calamidades. ¡Qué perra con la pobreza!..
Y miren, siempre lo he pensado, los herederos de ésta bonhomía, a la vez que amor a la pobreza, son ciertas ideologías muy arraigadas en nuestro país que suelen ver con mejores ojos a los pobres por el mero hecho de serlos, que a los ricos que triunfan. Pero bueno, esta es otra historia que hoy no toca..
Esto de ser felices, según el tiempo y la época se ha visto de forma distinta. El primero que se interesó en hablar de la felicidad fue Aristóteles, allá por siglo IV a.c. Para él, un tipo feliz era un individuo capaz de autorrealizarse. Su discípulo Platón estaba de acuerdo, pero pensaba además que la felicidad total estaba en otro mundo, después de la muerte. Él creía en la transmutación de las almas.
Para ser feliz hay que ser simplemente autosuficiente (material y sentimentalmente) decían los estoicos y los cínicos, (las dos filosofías imperantes en el mundo clásico). También en aquella época florecieron los epicúreos, que pensaban que para ser feliz bastaba experimentar el placer físico e intelectual y evitar en lo posible el sufrimiento. Decía Epicuro, su fundador, que las religiones y la política sólo traían al hombre desengaños y amarguras. Comprobarán que en esto hemos cambiado poco.
Hoy tenemos mas datos que antaño para definir qué es la felicidad. Y sabemos que depende de varios factores; entre ellos el biológico. Es decir, venir ya de fábrica predispuestos al optimismo. También sabemos que la felicidad no depende realmente de condiciones objetivas (ser más rico o más pobre, o incluso estar más o menos sano) sino la correlación entre las condiciones objetivas y las expectativas subjetivas de cada uno. O sea, las metas que nos pongamos.
Por cierto, hay otra manera de sentir felicidad, y es la que nos enseña algunas ciencias orientales como el budismo. Según su filosofía y siguiendo aquella máxima griega que decía “Conócete a ti mismo”, el budismo entiende que la felicidad es el resultado de un proceso que ocurre dentro de nosotros mismos.
La gente identifica felicidad con sensaciones placenteras, a la vez que infelicidad con cosas desagradables. Pero claro, las sensaciones agradables son efímeras y es un martirio estar constantemente buscándolas, porque cada vez necesitamos más y más y nunca estamos satisfechos.
Para solucionar esto último y llegar alcanzar la felicidad tenemos la meditación como paso para conocerse uno mismo. Meditando uno observa su cuerpo y mente de cerca y ve pasar por ella sensaciones agradables y desagradables continuamente, y se da cuenta lo inútil que es atraparlas. 
Si han meditado alguna vez habrán comprobado la cantidad de pensamientos de todo tipo que pasan por la cabeza en un momento.. Cuando la búsqueda se detiene, la mente se vuelve relajada, clara y satisfecha. Siguen surgiendo y pasando todo tipo de sensaciones (alegría, ira, aburrimiento, lujuria etc), es cierto, pero cuando uno deja de anhelar sensaciones concretas, estas se aceptan sencillamente por lo que son. Uno vive el momento presente en lugar de fantasear acerca de lo que pudo haber sido. La serenidad que resulta es tan profunda que los que pasan su vida en una búsqueda frenética de sensaciones agradables apenas pueden imaginarla.. En fin, sean felices..
Joaquín

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