El amor en tiempos de cólera
Yo
no creía en el amor. Hoy creo.
Creo,
porque me hieren sus espinas.
Yo
era ciego quizás..,y ahora veo..
Veo
un sol que se me hunde, y mi deseo
le
sigue entre las brumas vespertinas.
--Rubén
Darío--
La
definición más común de lo que es la felicidad aparecen en
casi todos las enciclopedias. Sería la emoción que se produce en un
ser humano cuando cree haber alcanzado una meta. Otras veces se dice
que es una medida de bienestar percibida por un individuo y que
influye en sus actitudes y comportamientos.
En
cualquier caso no son estos los mejores momentos para alcanzar la
felicidad, abrumados como estamos por los efectos del virus.
Al menos la felicidad colectiva, aunque esto no quita para que
personalmente muchos sigan siendo felices, a pesar de los pesares..
En
el mundo occidental, sobre todo en el católico, me da la nariz que
nunca ha estado bien visto ser felices. Pareciera que esto estaba
reservado sólo para el Más Allá (cielo). Y que a éste paño de
lágrimas que es el mundo habíamos venido nada más que a sufrir
igual que Jesucristo.. Recuerden el montón de gente: monjes, frailes o santos que para ser buenos y alcanzar la gloria debían pasar
hambre, deshacerse de todo bien material, y ¡hala!, a vivir por esos
mundos de dios pidiendo limosnas y sufriendo calamidades. ¡Qué
perra con la pobreza!..
Y
miren, siempre lo he pensado, los herederos de ésta bonhomía, a la
vez que amor a la pobreza, son ciertas ideologías muy arraigadas en
nuestro país que suelen ver con mejores ojos a los pobres por el mero hecho de serlos, que a los ricos que triunfan. Pero bueno,
esta es otra historia que hoy no toca..
Esto
de ser felices, según el tiempo y la época se ha visto de forma
distinta. El primero que se interesó en hablar de la felicidad fue
Aristóteles, allá por siglo IV a.c. Para él, un tipo feliz
era un individuo capaz de autorrealizarse. Su discípulo Platón
estaba de acuerdo, pero pensaba además que la felicidad total estaba
en otro mundo, después de la muerte. Él creía en la transmutación
de las almas.
Para
ser feliz hay que ser simplemente autosuficiente (material y sentimentalmente) decían los estoicos y los cínicos,
(las dos filosofías imperantes en el mundo clásico). También en
aquella época florecieron los epicúreos, que pensaban que
para ser feliz bastaba experimentar el placer físico e intelectual y
evitar en lo posible el sufrimiento. Decía Epicuro, su fundador, que
las religiones y la política sólo traían al hombre desengaños y
amarguras. Comprobarán que en esto hemos cambiado poco.
Hoy
tenemos mas datos que antaño para definir qué es la felicidad.
Y sabemos que depende de varios factores; entre ellos el biológico.
Es decir, venir ya de fábrica predispuestos al optimismo. También
sabemos que la felicidad no depende realmente de condiciones
objetivas (ser más rico o más pobre, o incluso estar más o menos
sano) sino la correlación entre las condiciones objetivas y las
expectativas subjetivas de cada uno. O sea, las metas que nos
pongamos.
Por
cierto, hay otra manera de sentir felicidad, y es la que nos enseña
algunas ciencias orientales como el budismo. Según su
filosofía y siguiendo aquella máxima griega que decía “Conócete
a ti mismo”, el budismo entiende que la felicidad es el
resultado de un proceso que ocurre dentro de nosotros mismos.
La
gente identifica felicidad con sensaciones placenteras, a la vez que infelicidad con cosas desagradables. Pero claro, las sensaciones
agradables son efímeras y es un martirio estar constantemente
buscándolas, porque cada vez necesitamos más y más y nunca estamos
satisfechos.
Para solucionar esto último y llegar alcanzar la felicidad tenemos la meditación
como paso para conocerse uno mismo. Meditando uno observa su cuerpo
y mente de cerca y ve pasar por ella sensaciones agradables y
desagradables continuamente, y se da cuenta lo inútil que es
atraparlas.
Si han meditado alguna vez habrán comprobado la cantidad
de pensamientos de todo tipo que pasan por la cabeza en un momento..
Cuando la búsqueda se detiene, la mente se vuelve relajada, clara y
satisfecha. Siguen surgiendo y pasando todo tipo de sensaciones
(alegría, ira, aburrimiento, lujuria etc), es cierto, pero cuando uno deja de
anhelar sensaciones concretas, estas se aceptan sencillamente por lo
que son. Uno vive el momento presente en lugar de fantasear acerca de
lo que pudo haber sido. La serenidad que resulta es tan profunda que
los que pasan su vida en una búsqueda frenética de sensaciones
agradables apenas pueden imaginarla.. En fin, sean felices..
Joaquín
No hay comentarios:
Publicar un comentario