Cuando Eugenio enviudó quedó desolado, acababa de cumplir cuarenta y ocho años.
Al verlo así, tan decaído, pasado un tiempo prudencial, todos, incluso sus dos hijas le animaron a salir y divertirse, pero él se resistía. Al fin lo convencieron, y empezó a salir. Se enamoró de otra mujer.
La conoció en una baile de Villafranca; la soledad les unió. En dos o tres meses ya estaban viviendo juntos. Se llamaba Lucia, era divorciada y con un hijo de quince años. Rubita teñida, cuarenta y cuatro años bien llevados, regordeta y no muy alta, ésas eran sus medidas. Además muy simpática, con lo que se dieron los condicionantes para que Eugenio acabara sucumbiendo a sus encantos.
Al hijo de Lucia, la idea de ver a su madre con un nuevo novio no le supuso ningún quebradero de cabeza. Cosa bien distinta fue la actitud de las hijas Eugenio, que se negaron en redondo a considerar a Lucia como algo sustancial en su vida
Lucía y Eugenio se quisieron de veras. Vivieron juntos, los dos y los hijos de ambos bajo el mismo techo. Pero las relaciones se tornaron imposibles. Su hija mayor del tipo, testaruda e intransigente, le amenazó con todo tipo de chantajes y ultimátum más o menos soterrados si continuaba el idilio. Al final consiguió enrarecer la convivencia.
Lucia y su hijo acabaron por abandonar su nuevo hogar dejando atrás escasos aunque maravillosos momentos de felicidad y mucha frustración. A Eugenio la cosa le fue peor; por remordimientos y un insufrible complejo de culpa que le atenazó, transigió con los deseos de sus hijas. Hizo las paces con ellas a costa de su felicidad.
Pasó el tiempo y sus hijas no tardaron demasiado en emanciparse. La mayor, enfermera, se fue a vivir fuera del país, a Inglaterra. La otra encontró pareja y se instaló en un pisito en Cáceres con su novio, con lo que Eugenio quedó más solo que la una. Además, sin ánimo de nuevas aventuras, se fue sumiendo paulatinamente en una notable melancolía.
Un día se despertó más resuelto que de costumbre y decidió ir en busca de Lucia. Cogió el coche y se presentó en su antiguo domicilio con la intención de pedirle perdón y suplicarle que volviera con él. No la encontró, unas vecinas le informaron que había estado enferma, pero ya recuperada se mudó a otro pueblo al encontrar una nueva pareja. Así que, Eugenio se refugió ensimismado en la soledad más absoluta, hasta el punto de coger una depresión de caballo.
A vuelto a salir dos años después de lo de Lucia. Hace unos días lo vi; parece que se ha animado, a necesitado psicólogos. Está un poco mejor, aunque muy desmejorado, de sus hijas no sabe nada..
Joaquín
precioso texto Joaquin.Me gusta mucho como escribes....bueno esta es una experiencia que la vida te da. No hagas caso de la gente ni si quiera tu familia...escucha tu corazón. Animo y adelante la vida esta llena de sorpresas.Un saludo
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