domingo, 19 de abril de 2020

La muerte ya no es lo que era..





Amiga...
Tu infinita sed de amar
confirma mis sospechas;
desbordas sensibilidad.
Déjame susurrarte al oído,
permíteme decirte que
eres ninfa de límpido mar;
una sirena disfrazada de mujer
en busca de su príncipe azul
que le decore su corazón
con poemas de coral.
--Joaquín--


Hace 4.200 años, el rey Gilgamesh de Uruk, en la antigua Mesopotamia, era el hombre mas fuerte y hábil del mundo. Un triste día, Endiku, su mejor amigo, muere. Gilgamesh se sentó junto al cadáver y lo observó durante muchos días, hasta que vio que un gusano salia por la nariz. Aterrorizado, decidió en ése mismo momento que él nunca moriría, y tomó una decisión..
Se puso en camino por lugares lejanos, en un viaje interminable para demostrar a todo el mundo que él era invencible, que podía con todo, hasta con la muerte. Hizo añicos a los gigantes de piedra que atemorizaban a sus súbditos, noqueó al barquero, vadeó el río de los muertos, y se encontró a Urshapishtim, el único superviviente del diluvio primordial universal, pero fracasó en su intento. Volvió a su ciudad con las manos vacías y tan mortal como siempre.
A partir de ahí quedó claro que la muerte era inevitable, algo consustancial a la vida porque así lo querían los dioses.. Todas las religiones que surgieron tras Gilgamesh entendieron la muerte, casi, como la otra cara de la vida. Incluso algunas preparaban a sus creyentes con más ahínco para el más allá que para este mundo.. 

Mucho más tarde de todo aquello y de alguna manera, el judaísmo, el cristianismo o el Islam no se comprenden sin el culto a la muerte. ¿Pero saben qué? Eso está cambiando. Ahora pocos piensan ya en la muerte como algo divino, impuesto e inevitable. Los científicos actuales ven la muerte como un asunto técnico, fisiológico, algo que tendremos que superar y curar, como hacemos con la tuberculosis o con el cáncer..
El proyecto vital de la revolución científica es dar a la humanidad la vida eterna, aquí, en la tierra, y a pesar de la que está cayendo ahora con lo del virus, camino de eso vamos. Miren, hasta hace unos siglos la gente moría de infinidad de enfermedades de todo tipo, sobre todo infecciosas. Cualquier rasguño un poco serio en el cuerpo era susceptible de cangrenarse, y había que amputar a lo bestia.
Acabo de extraer del magnifico libro “Sapiens, de animales a dioses” del profesor Yubal Noah Harari (lo me ha dado pie a escribir esto) que en cualquier batalla de las de entonces las amputaciones eran masivas. Por ejemplo, a la mañana siguiente de la batalla de Waterloo (que perdió Napoleón en 1815) junto a los hospitales de campaña se formaron verdaderas montañas de brazos, manos, pies y piernas de los supervivientes serradas sin contemplaciones, y sin anestesia. Los carpinteros y carniceros eran muy apreciados en los ejércitos porque cortaban los miembros dañados de maravilla.
Hasta el siglo XVII, las religiones consideraban que la muerte y sus consecuencias eran centrales para el significado de la vida. Desde entonces para acá las religiones e ideologías como el liberalismo, el socialismo, el ecologismo o el feminismo han perdido interés por ella, tan sólo el nacionalismo concede a la muerte un papel central; si acaso promete a sus fieles que quienes mueran por la nación vivirán para siempre en la memoria colectiva. Pero es una promesa que ni ellos saben qué hacer con ella.
Por cierto, la historia de Gilgamesh, es el mito o leyenda (escrita en versos) más antiguo que conocemos..
Joaquín



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