miércoles, 29 de abril de 2020

Con la muerte en los talones..




Amiga..
Si me escuchas y confiesas, bajo
este límpido cielo de abril,
puedo saber tus intenciones.
Me dices que me amas
o que pasas de mi, que me quieres
sólo como amigo.
Pero si miras y callas me haces dudar.
No las tengo todas conmigo.
Temo la intensidad de tus pensamientos..
Te he visto suspirar mientras
mirabas las estrellas.
--Joaquín--


Para darnos cuenta de la magnitud de la tragedia que tanto nos ocupa y nos hace sufrir, baste un dato, en España mueren en un año normal unas 430.000 personas, lo que equivale a 35.000 al mes. Supone esto que sólo en los dos meses que llevamos de máxima mortandad por el virus habrán fallecido en el país 210.000 compatriotas, por todos los conceptos, una barbaridad. Según he oído hasta los empleados de las empresas fúnebres, sobre todo en los lugares más castigados como Madrid, necesitaron psicólogos para superar tanto horror durante esos primeros meses de pandemia..
También he leído por ahí que después de estos terribles datos y cuando hagan el cómputo general, la esperanza de vida al nacer en España, que era hasta febrero la segunda más alta del mundo después de Japón con 85,4 años, habrá bajado unos tres o cuatro meses, con lo que olvidémonos de llegar al primer puesto. Tengan en cuenta que el 85% de los que han fallecidos eran personas ya muy mayores.
Aún así en nuestro país nadie muere ya de viejo, está prohibido. Ahora el certificado de defunción tiene que especificar la causa explicita de muerte. Por cierto, según estudios al respecto, la mayoría de la gente a punto de morir (instantes antes) han dicho tener sueños muy intensos pero reconfortantes. Menos mal, por lo menos los pobres mueren más contentos. La explicación científica es que poco antes de la muerte se produce una serie de reacciones químicas en el cerebro que producirían esas placenteras sensaciones.
Y ya que estamos en faena, el famoso “rigor mortis” o rigidez de la muerte, y que tantas veces vemos en películas policíacas, no es otra cosa que un agarrotamiento muscular. Se suele producir entre treinta minutos y cuatro horas después del fallecimiento y puede durar un día. Esto le da muchas pistas al medico forense sobre la hora exacta del óbito. Comienza por los músculos faciales y se va desplazando hasta abajo del cuerpo. Y no se sorprendan, pero en realidad un cadáver es algo muy vivo. Solo que esa vida no es la nuestra, sino las de millones de bacterias y demás bichitos que se ponen las botas con nosotros una vez que estiramos la pata..
Perdónenme por lo tétrico, pero sepan que eso de que las uñas y el pelo crecen después de la muerte es una mentira como una catedral, un mito. Nada crece una vez muerto. Y más datos, los que prefieren ser enterrados, que cada vez son menos, deben saber que tardan en descomponerse entre cinco y cuarenta años, salvo que se esté momificado como Lenin o Evita Perón. Claro, que para éste menester los egipcios eran los mayores expertos; ahí tenemos a la momia de Tutankamón, que parece que hubiera muerto el año pasado y hace ya casi 4.000 años que le asesinaron, al pobre, con 18 añitos

Pero, mirad, si tenemos en cuenta que las tumbas de los seres queridos muertos se visitan como mucho durante quince años, quiere esto decir que la mayoría de nosotros tardamos más en desparecer de la faz de la tierra que de la memoria de nuestros familiares..
Por el contrario si no queremos proporcionarles un festín a los bichejos esos y ansiamos desaparecer cuando antes, siempre podemos incinerarnos. Pero cuando pienso que con todo lo que somos, lo que presumimos y lo mucho que fastidiamos, y resulta que de todo eso sólo queda de nosotros unos cinco kilos de insulsas cenizas que caben en un bote, se me cae el alma al suelo. En fin, todo esto nos debería hacer reflexionar, como poco, al menos..
Joaquín



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