miércoles, 8 de abril de 2020

La intensidad del dolor...




Suspiras, y el sol te mira y te envidia la luna.
Sonríes, y tu rostro irradia arrebatadora luz.
Miras, y tus ojos son dos luceros incandescentes
en la infinitud de la noche oscura.
Sueñas, y tus hados te complacen
con tentadoras fantasías.
Deseas, y el mundo se pone a tus pies..
Demanda, pues, exige, pídeme amor..
Mil caminos andaré, y cruzaré siete mares
hasta tenerte en mis brazos.
--Joaquín--


Existen dos maneras de sentir dolor. Una es emocional; un sentimiento intenso de pena o tristeza que experimentamos por motivos anímicos. La muerte de un familiar muy querido sería el ejemplo más crudo, un desamor profundo sería otro, y el conocimiento de las decenas de historias tristes de abuelos y padres que se nos están yendo estos días por el Covid 19, otro de los motivos para sentir ése dolor. El otro es el dolor físico, a menudo también muy duro. Comparándolos no sabría decir cual de los dos es menos llevadero..
El dolor físico resulta extraño y problemático. Aunque nada hay en nuestra vida tan necesario y a la vez peor recibido. Representa una de las mayores preocupaciones y desconcierto de los seres humanos, y un reto médico, eso seguro..
Pero es cierto que el dolor salva vidas. No olvidemos que es una advertencia de que algo va mal. Lo malo es cuando el dolor persiste y se hace crónico sin ningún motivo aparente. Todos hemos sentido dolor alguna vez, aunque sea por unas muelas mal conservadas. 
Dicen (ignoro si será verdad) que el dolor más intenso que se puede sufrir es el asociado al síndrome del miembro fantasma, en el que el paciente siente un dolor agudo en una parte del cuerpo que ya no tiene. Manda narices, no se tiene un brazo y sin embargo el cerebro sigue percibiendo que pasa algo en él. La explicación es que al carecer ya esa parte de fibras nerviosas, el cerebro detecta un fallo grave y continuamente sigue enviando señal de dolor. He leído que los cirujanos que van a amputar una extremidad adormecen los nervios del paciente unos días antes para ir acostumbrando al cerebro ante la inminente perdida de sensibilidad. ¡qué cosas!.
Según parece, tan sólo otro dolor intenso puede llegar a igualar al que se siente por un miembro amputado, y es el llamado neuralgia del trigémino, o tic doloroso. Es un dolor intenso, punzante e insoportable en la cara. Normalmente se debe a un tumor que aprisiona al nervio trigémino.. Y es curioso, pero no hay un lugar concreto del cerebro que se encargue del dolor, sino que dependiendo qué zona sea la dolorida y la intensidad, así actúa una parte u otra del cerebro..
De todas maneras (y es de imaginar) aún no existe un baremo exacto y universal para medir la intensidad del dolor. Tengan en cuenta que cada persona lo siente de una manera diferente. No obstante, en 1971 se inventó una tabla (un poco cutre todo hay que decirlo) para calibrar el grado de dolor. Este rudimentario método consiste en presentarle al paciente setenta y ocho palabras (sinónimos) para que él mismo señale cuál de ellas se ajusta más a su dolor. Los términos van desde: soportable, fastidioso, exasperante, irritante, temible, espantoso etcétera, y así hasta setenta y ocho.. Pero, no sé, no sé.. Supongo que ahora con resonancias magnéticas, escáneres y otros adelantos tecnológicos se podrá medir mejor el grado de dolor; aunque dudo que acierte en cada uno, ¡es algo tan personal!..
Pero no crean que el cerebro es infalible y enseguida avisa en todos los casos, ¡que va! Ahí tenemos al cáncer, que podremos llevarlo encima meses y años hasta que advirtamos dolor, cuando ya es tarde. Me imagino que aquí nuestra naturaleza no ha depurado debidamente su sabia evolución.
No obstante, si ya es difícil calibrar el dolor físico, el emocional debe ser incalculable. Cómo medimos el dolor de esa mujer que ha visto morir del Covid 19 en cuatro días a su marido septuagenario, después de una vida juntos y sin poder ni abrazarlo en sus últimas horas. Cómo medimos el desconsuelo de ese hijo al que acaban de avisar que su padre acaba de fallecer en el Ifema con el único alivio de una mano de la enfermera en la suya. Y no digamos de la tristeza y sentimiento de culpa de por vida de los hijos y parientes de los miles de ancianos muertos, casi hacinados y sin poder ser atendidos como merecían, en las decenas de residencias de toda España.. En fin.. Lo que es seguro es que éste dolor no se mide por la cantidad de lágrimas derramadas. Si fuera por eso yo sería el campeón del sufrimiento..
Joaquin.

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