Suspiras, y el sol
te mira y te envidia la luna.
Sonríes, y tu
rostro irradia arrebatadora luz.
Miras, y tus
ojos son dos luceros incandescentes
en la infinitud de la noche oscura.
Sueñas, y tus hados
te complacen
con tentadoras fantasías.
Deseas, y el mundo
se pone a tus pies..
Demanda, pues,
exige, pídeme amor..
Mil caminos
andaré, y cruzaré siete mares
hasta tenerte en
mis brazos.
--Joaquín--
Existen
dos maneras de sentir dolor.
Una es emocional;
un sentimiento intenso de pena o tristeza que experimentamos por
motivos anímicos. La muerte de un familiar muy
querido sería el ejemplo más crudo, un desamor profundo sería
otro, y el conocimiento de las decenas de historias tristes de
abuelos y padres que se nos están yendo estos días por el Covid
19,
otro de los motivos para sentir ése dolor. El otro es el dolor
físico,
a menudo también muy duro. Comparándolos no sabría decir
cual de los dos es menos llevadero..
El
dolor físico
resulta extraño y problemático. Aunque nada hay en nuestra vida tan
necesario y a la vez peor recibido. Representa una de las mayores
preocupaciones y desconcierto de los seres humanos, y un reto médico,
eso seguro..
Pero
es cierto que el dolor salva vidas. No olvidemos que es una
advertencia de que algo va mal. Lo malo es cuando el dolor persiste y
se hace crónico sin ningún motivo aparente. Todos hemos sentido
dolor alguna vez, aunque sea por unas muelas mal conservadas.
Dicen
(ignoro si será verdad) que el dolor más intenso que se puede
sufrir es el asociado al síndrome
del miembro fantasma,
en el que el paciente siente un dolor agudo en una parte del cuerpo
que ya no tiene. Manda narices, no se tiene un brazo y sin embargo el
cerebro sigue percibiendo que pasa algo en él. La explicación es
que al carecer ya esa parte de fibras nerviosas, el cerebro detecta
un fallo grave y continuamente sigue enviando señal de dolor.
He leído que los cirujanos que van a amputar una extremidad
adormecen los nervios del paciente unos días antes para ir
acostumbrando al cerebro ante la inminente perdida de sensibilidad.
¡qué cosas!.
Según
parece, tan sólo otro dolor intenso puede llegar a igualar al que se
siente por un miembro amputado, y es el llamado neuralgia
del trigémino,
o tic doloroso. Es un dolor intenso, punzante e insoportable en la
cara. Normalmente se debe a un tumor que aprisiona al nervio
trigémino.. Y es curioso, pero no hay un lugar concreto del cerebro
que se encargue del dolor, sino que dependiendo qué zona sea la
dolorida y la intensidad, así actúa una parte u otra del cerebro..
De
todas maneras (y es de imaginar) aún no existe un baremo exacto y
universal para medir la intensidad del dolor. Tengan en cuenta que
cada persona lo siente de una manera diferente. No obstante, en 1971
se inventó una tabla (un poco cutre todo hay que decirlo) para
calibrar el grado de dolor. Este rudimentario método consiste en
presentarle al paciente setenta
y ocho palabras
(sinónimos) para que él mismo señale cuál de ellas se ajusta más
a su dolor. Los términos van desde: soportable,
fastidioso, exasperante, irritante, temible, espantoso etcétera, y
así hasta setenta y ocho.. Pero, no sé, no sé.. Supongo que ahora con resonancias
magnéticas, escáneres y otros adelantos tecnológicos se podrá
medir mejor el grado de dolor; aunque dudo que acierte en cada uno,
¡es algo tan personal!..
Pero
no crean que el cerebro es infalible y enseguida
avisa en todos los casos, ¡que va! Ahí tenemos al cáncer,
que podremos llevarlo encima meses y años hasta que advirtamos
dolor, cuando ya es tarde. Me imagino que aquí nuestra naturaleza no ha depurado
debidamente su sabia evolución.
No
obstante, si ya es difícil calibrar el dolor físico, el emocional debe
ser incalculable. Cómo medimos el dolor de esa mujer que ha visto
morir del Covid 19
en cuatro días a su marido septuagenario, después de una vida
juntos y sin poder ni abrazarlo en sus últimas horas. Cómo medimos
el desconsuelo de ese hijo al que acaban de avisar que su padre acaba
de fallecer en el Ifema
con el único alivio de una mano de la enfermera en la suya. Y no
digamos de la tristeza y sentimiento de culpa de por vida de los hijos y
parientes de los miles de ancianos muertos, casi hacinados y sin poder
ser atendidos como merecían, en las decenas de residencias de toda
España.. En fin.. Lo que es seguro es que éste dolor no se mide por
la cantidad de lágrimas derramadas. Si fuera por eso yo sería el
campeón del sufrimiento..
Joaquin.
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