Yo supe del dolor desde mi
infancia;
mi juventud..., ¿fue juventud
la mía?
Sus rosas aún me dejan la
fragancia...
una fragancia de melancolía.
Potro sin freno se lanzó mi
instinto,
mi juventud montó potro sin
freno;
iba embriagada y con puñal al
cinto;
si no cayó, fue porque Dios es
bueno.
(Rubén Darío)
Hay un historia, un mundo oculto
al que pocos han tenido acceso bien por ignorancia o por errática
animadversión. Está dentro de la música clásica y de la ópera en
particular, y tal vez por este motivo sea tal su
desconocimiento..
Apuesto que pocos son los que han
leído y saben de los “castrati”, en castellano sería
castrados, aunque el vulgo, siempre tan ocurrente, los llamaban
“capones”.. Para ponerles al tanto les diré que eran niños
cantores que ya despuntaban por sus excelentes voces en los coros
parroquiales de las ciudades y pueblos. Para evitar que el lógico
desarrollo físico diera al traste con sus voces blancas y claras de
sopranos les hacían, con o sin permiso paterno, la barbaridad de
castrarlos..
Reconozco que apenas sabía del
procedimiento para ese execrable fin; he tenido que mirar en Internet
y lo que he visto espanta.. Cogían al chiquillo, lo drogaban con la
sustancia estupefaciente de moda entonces, opio (estamos
hablando del siglo XVIII) y una vez atontado lo metían en un barreño
de agua casi hirviendo para que no sintiera dolor, y le rajaban los
testículos cortandole los conductos seminales.. Si se lo hacían
antes de los diez años, es decir, antes de comenzar la pubertad, al
niño no le crecía más el pene y presentaba el resto de su vida
características femeninas, y por supuesto indispuesto para cualquier
actividad sexual.. Si lo castraban después de empezada la pubertad
podía desarrollarse, aunque sin poder eyacular, claro...
Como siempre los candidatos más
expuestos a este tipo de actividad cantora anormal eran los niños
pobres, sobre todo escogidos de la periferia de Nápoles; en aquellos
tiempos gran ciudad y muy aficionada al bel canto.. Estos niños
cuando se hacían mayores se convertían en verdaderos ídolos de
masas; las iglesias se los disputaban para sus coros y algunos
triunfaron en toda Europa cantando en teatros y
salas de óperas..
Curiosamente el más famoso de
todos ellos, Farinelli, no lo castraron intencionadamente
con objeto de que triunfara en el canto y sacara a su familia de la
miseria como otros, sino que ya venia noble de cuna.. De niño se
cayó del caballo y, digamos que se castró accidentalmente.. Cantaba
tan maravillosamente bien que era capaz de sostener y aumentar la
nota musical del mejor trompetista que hubiera; sus gorjeos finales
enloquecían al publico..
Farinelli llegó a ser
un tipo que se lo rifaban en todos los ambientes operisticos
europeos, incluidas Londres, Viena o París; sin embargo recaló en
1737 en Madrid al ser llamado por el rey Felipe V que andaba
deprimido el hombre y solo se animaba oyendo cantar a este
extraordinario italiano.. Durante 25 años le cantó al rey todo los
días.. Éste le cogió tal cariño y admiración que llegó hacerle
ministro, aunque sin ningún poder ejecutivo.. Farinelli se
hizo un palacete en Aranjuez y hasta se enamoró de una cortesana..
Hubo otros
muchos castratis famosos; Gaetano Mejorano, Luigi
Marchesi etcétera. El ultimo de ellos, puesto que llegó un día en
el que las autoridades prohibieron castrar a los niños,
fue Alessandro Moreschi, que se retiró como una
gran estrella en 1907 con 55 años.. Cantaba tan bien que era el
único capaz de alcanzar las notas más altas del “Miserere de
Allegri” una pieza emblemática de la Semana Santa.. Cuentan
que, sabiéndose una superestrella, era presumido y caprichoso: le
gustaba salir de los conciertos envuelto en una gran bufanda blanca
para recibir las felicitaciones del público que lo adoraba..
Por cierto, una gran cualidad que
caracterizaba a estos castrati era su predisposición
y su fama de ser buenos amantes.. El hecho de poder disfrutar del
sexo sin ninguna consecuencia y ser tan famosos, hacia que muchas
mujeres de alta alcurnia se los rifaran para hacer el amor.. Se
convirtieron en verdaderos mitos de fantasías eróticas para muchas;
no olvidemos que sus maridos ni nadie iba a sospechar nada por ver
solos a un castrati y una mujer... En fin,
pobrecillos, y ¡qué suerte la suya para esto último!...
En fin..
Joaquín Yerga
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