lunes, 11 de marzo de 2019

Cuando éramos valientes

                                                                                 

                                                         


¿Ambición? No la tengo. ¿Amor? No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

--M. Machado--


Ni lo duden, ahora somos unos mindundis en la esfera diplomática mundial. Apenas somos nadie ni nadie nos hace ni puto caso; total qué podemos hacer para que nos respeten. Tenemos un raquítico ejercito que casi es más una oenegé con metralletas y donde sus jefes políticos se declaran pacifistas y espantados porque los ejércitos estén creados para defenderse matando, si fuese menester... ¡Oh, qué horror están armados!..

Pero no siempre fue así, antaño fuimos grandes. Fijaos: 

Tuvimos una vez un embajador español en la Santa Sede, D. Iñigo López de Mendoza, un tipo curtido en mil batallas contra los moros de Granada. El Papa le tenia tanta envidia por su soberbio porte y los suntuosos aparejos de los que gozaba el buen mozo, que pretendió hacerle la puñeta. 

Como nuestro embajador hacía unas fiestas esplendidas en las que, por cierto, todo el personal diplomático de la ciudad estaba como loco por asistir, el envidioso Papa prohibió a los romanos que le vendieran leña para que no pudiese cocinar y así joderle las extraordinarias veladas, pero...

¿Sabéis qué hizo nuestro atrevido embajador? Pues no se cortó un pelo, compró varias casas en Roma, las mandó derruir y utilizó la madera para asar en la cocina, y las fiestas siguieron... ¡Ya veis qué carácter!.

En otra ocasión, acabada una apoteósica fiesta ofrecida a las más alta aristocracia y curia romana, y para demostrar el poderío español, D. Iñigo ordenó tirar al rio Tíber en presencia de todos, la vajilla de plata así como la cubertería del mismo preciado metal, con el fin de aparecer opulento y desprendido. 

Imaginaos la escena anterior ¡Oh, qué magnificencia la de la embajada española!.¡Qué poderío!. Pero no se percataron que nuestro listo embajador había mandado colocar redes para rescatar a la mañana siguiente todo lo arrojado al río.. Sólo se perdieron una cuchara y dos tenedores... 

Así se las gastaban los españoles de entonces. Claro, que eran tipos duros, orgullosos, baqueteados en decenas de guerras y luchas en media Europa. Nada que ver con lo que tenemos ahora, ñoños, niños de papás malcriados y ambiciosos que se agachan para que un tal Puigdemont (un don nadie) les dé por ahí abajo, donde la espalda pierde su honesto nombre, y por cuatro votos.. 😩😩😩

En fin.. 

Joaquín 






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