sábado, 14 de diciembre de 2024

El amor en una taza de café

                                                                                      



No recuerdo discursos contra mis débiles brazos,

guardando la exacta dimensión de tu cintura;

recuerdo la suave, exacta, lúcida transparencia de tus manos,

tus palabras en un papel que encuentro por allí,

la sensación de dulzura en las mañanas.

--Gioconda Belli--


Quedábamos todas las mañanas en una cafetería cercana al trabajo. Y fue así durante una larga temporada. Yo vivía muy cerca de allí. Era por tanto el primero en llegar. Ansioso la esperaba sentado en la mesa, junto al gran ventanal que daba al Paseo.

A las ocho y pico aparecía ella; salía de una boca de Metro cercana. Nos dábamos unos besos y hablábamos de lo divino y de lo humano durante más de media hora, hasta las nueve en que entrábamos en la oficina. Luego no volvíamos a vernos hasta la mañana siguiente

Era un chica encantadora, morena, no muy alta pero sí bien proporcionada. Llegué a enamorarme de ella como jamás lo he vuelto a estar, pero nunca me atrevía a decírselo. 

Una mañana me armé de valor y quise darle una sorpresa: compré la tarde anterior en un souvenir una taza de café con la palabra “Te Quiero” en el fondo. En cuanto llegó ella, me levanté y le pedí al camarero que usara esa taza para su café

Esperé expectante. Tras un rato de charla y apenas dos sorbos que le dió al café, mi corazón galopaba desbocado deseando que lo apurara y viera el “Te Quiero”.

No pudo ser. Dejó el café a medias. La llamaron urgente por teléfono para que se presentara en la oficina. Se largó. Antes de irse me rogó que pagara yo el desayuno esa mañana. Obvio, tenía prisa.

No volví a saber de ella. A la mañana siguiente no se presentó. Pregunté y me dijeron que la habían despedido. En un ERE, del que yo ya tenía noticia la habían incluido. Me quedé anonadado, triste, desesperado..

Pasado unos años volví a verla, de casualidad. Fue en una tienda de un centro comercial; coincidimos pagando una prenda en la caja. Nos miramos sorprendidos y enseguida nos reconocimos.. La invité a tomar unas cervezas. Así recordamos viejos tiempos---le dije---Aceptó.

En cuanto nos sentamos y hablamos un rato, me atreví, le confesé lo de la taza, y lo enamorado que había estado de ella. Aún creía estarlo.

Ella se sorprendió, pero más me sorprendí yo cuando me dijo que también me quiso un poco y que si hubiera visto el fondo de la taza, ahora hubiéramos estado juntos. Pero...

Ya era tarde, estaba casada y con dos hijas. Me mató saberlo, pero disimulé, le sugerí que me alegraba por ella, y que yo también estaba comprometido. Mentira podrida, claro..

Nos despedimos, pero antes nos dimos los teléfonos, aunque temí no volver a verla jamás. La vida se me hizo un poco más triste a partir de entonces.

Joaquín




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