Ya no será, ya no.
No viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos, querernos, esperarnos.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
--Idea Vilariño--
Me seducía a fondo con lo mejor de sí mismo. Tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él.
Tras ese primer encuentro comenzamos a cartearnos. Al principio nos escribíamos tratándonos de usted, con el miedo de no saber qué sentiría el receptor. Pero no tardé en dejar entrever sus ganas.
Yo era profesora de literatura entonces, y aprendiz de poeta, una mujer furiosamente enamorada que se dejó encandilar por el gran escritor que era ya él.
Nos recordábamos por las noches y nos olvidábamos durante el día, y así por años. Yo pensaba que él no me quería, y él, pese a todos los poemas que yo le enviaba, pensaba que mi amor era sólo "intelectual".
Nos quisimos y odiamos en partes iguales. Rompimos y nos reconciliamos muchas veces. Nos daba igual estar casados, con pareja, en países distintos. Nos dio igual no ser felices.
Pero me dejó, el gran escritor me dejó para casarse con otra. Para hacer (según parece) bien las cosas por una vez. A ella le dedicó "Los adioses" en 1954. Yo le respondí cuando él ya estaba felizmente casado, con "Poemas de amor", uno de mis más bellos poemas.
Pero resultó no ser nuestro último adiós, volvimos a vernos. Como imanes, nos buscábamos y se embestíamos. Fue el 15 de marzo de 1974, él estaba en el hospital; Pensaban se moría.
Su mujer nos dejó solos un momento. Me levanté y quise tocarlo, tocar su mejilla con la mía. Apenas me acerqué a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, después del cual debí morirme.
No volvimos a vernos. A mi me preguntaban siempre por él, y a él siempre por mi. Los dos asegurábamos querernos y no sentirnos queridos.
Por cierto, él fue Juan Carlos Onetti, el gran escritor. Ella Idea Vilariño, poetisa..
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