martes, 8 de noviembre de 2022

Me la encontré en el Altozano, iba con su marido

                                                                               




Sólo tú y yo sabemos por qué mi boca miente,

relatando la historia de un fugaz amorío;

y tú apenas me escuchas y yo no te sonrío...

Y aún nos arde en los labios algún beso reciente.

--José A. Buesa--


Reconocí enseguida a Conchita. Paseaba del brazo de su marido por el Altozano. Yo iba con mi mujer. Me ruboricé al verla, no pude evitarlo; habíamos sido novios muchos años atrás

Ella también me vio. Se alteró, lo noté, pero fue más decidida que yo. Enseguida se acercó a mi como muy sorprendida. Nos saludamos con unos besos. Me presentó a su marido. Luego nos propuso tomar unas cervezas y seguir hablando. 

Subimos por la calle Hermosa y entramos en El Gato para celebrar el encuentro. Pasamos un rato estupendo entre risas y recuerdos. Al despedirnos nos apuntamos los teléfonos con la intención de llamarnos alguna vez y mantener contacto. Pero a mi, no sé, algo profundo se me había revuelto en las entrañas, y lo que es más extraordinario, intuí que ella le había pasado lo mismo

Pasados unos días la llamé por teléfono. Ni sé cómo aguanté tanto. Quise primero tantear el asunto, porque ni me atrevía a decirle de quedar a solas con ella ni estaba dispuesto a perderla otra vez. 

Ella zanjó la cuestión. Rápido presintió mis intenciones y me propuso quedar al día siguiente en un bar a las afueras de Zafra, y así pasar inadvertidos.

Puse una excusa peregrina en casa para ausentarme unas horas. Nadie tenía que sospechar nada, y menos mi mujer.

Diez minutos llevaba en el lugar del encuentro cuando la vi llegar. Nos besamos con fruición, ¡Dios, qué tiempo llevaba esperando ese momento!.

Apenas media hora estuvimos sentados en la barra, conversando. Hablamos rápido, como si quisiéramos concentrar todo lo pasado en los veinticinco años que llevábamos sin vernos en unos pocos minutos. Pagamos la cuenta y nos fuimos..

El pequeño y discreto hotel Los Cazadores fue el lugar de la coyunda. Para mí fue como si el mundo fuera a acabarse esa tarde. Una y otra vez hicimos el amor como posesos. Sólo un instante, al final de tanto frenesí, quedó para hablar y hacer planes.

Rompió el hechizo de la tarde, ya casi anochecida, las insistentes llamadas al móvil de mi mujer porque no llegaba.

Nos despedimos con prisas en la misma puerta del hotel. Llegamos a Fuente de Cantos cada uno en su coche. Antes habíamos quedado en llamarnos la próxima semana.

Con remordimientos llegué a casa. Era la primera vez que le fui infiel a mi mujer. Tuve que esforzarme en buscar buenas excusas por la tardanza, pero la convencí, no tenía por qué dudar. 

A la semana siguiente volví a llamar a mi amante, ¿amante?, qué raro suena llamar así al amor de mi vida... 

Pero el verano acabó..

Joaquín







3 comentarios:

  1. Preciosa historia.muchas hay como esta la vada hay que vivirla

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Qué obsesión. Tu caso es de psicoanálisis. Freud disfrutaría mucho con tu caso. Además, es de una moralidad profunda!

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