lunes, 14 de noviembre de 2022

Gracias al móvil descubrió que la engañaba

                                                                                       


 


No quiero verla, no quiero,
¡será tan triste encontrarla
con hijos que no son míos
durmiendo sobre su falda!

--Fco. A. de Icaza--



Aquella tarde ni siquiera había salido de la cocina; anduvo atareada con la cena. De repente le suena el móvil. Era él. Ya se imaginaba de antemano lo que le iba a decir: que llegaría tarde; la misma cantinela de todos los viernes..

La llamada la pilló con los dedos embadurnados de harina, así que con delicadeza cogió el aparato y con él apoyado, entre el hombro y la oreja fue escuchando sus excusas, y sus mentiras:

"Cariño, la reunión en la oficina se ha prolongado---le dijo---cena tú sola y no me esperes. No sé cuando acabará esto".

Ni se molestó en pedirle más explicaciones, para qué, ya estaba acostumbrada. Se despidieron con un beso insípido. Pero no cortó el teléfono, sino que siguió trajinando en la encimera de la cocina con el aparato pegado a la oreja esperando terminar de embozar una merluza para luego dejarlo sobre la mesa. Sin embargo...

¡Uy, lo seguía oyendo hablar!. ¡Al otro lado de la línea él no había cortado!. Y oyó nítidamente cómo hablaba con una mujer. Debían estar sentados en algún restaurante o cafetería porque a lo lejos se oía murmullos de conversación.

Alarmada dejó lo que estaba haciendo y se puso a escuchar, incluso a grabar. Afinó el oído. Durante los más de quince minutos que duró la conversación se enteró de todo. Sólo la amargura que le sobrevino  de golpe y las lágrimas que afloraron a sus ojos le hizo cortar la llamada.

Había reconocido a la chica con la que hablaba su marido, era Marisa, una compañera suya de oficina de la que alguna vez le habló. Estaban cenando en un restaurante del centro. Lo dedujo por las pistas que captó entre líneas. Hablaban de trabajo, pero también de su íntima relación ¡¡Y habían terminado hacía un rato de hacer el amor en el coche!!. Sí sí, lo había oído perfectamente. Incluso oyó hablar de una pulsera de cuero que Marisa debió regalarle por su cumpleaños; fue hace una semana..

Cuando llegó a casa eran más de las once de la noche. Ella le esperaba sentada en la misma mesa de la cocina, casi no se había movido en toda la tarde, estaba frustrada, desecha. Su hijo dormía ya en su camita.

Él quiso darle un beso en la mejilla. Ella le apartó la cara. Le preguntó: 

---¿Y esa pulsera?. 

---La vi en el escaparate de una tienda, cerca de la oficina, y se me antojó---le dijo rojo como un tomate.

Un silencio esclarecedor se apoderó del momento. Lo rompió ella sacando el móvil y poniéndolo sobre la mesa. Pero antes puso en voz alta el sonido de la grabación completa de la conversación que habían mantenido en el bar.

Conmovido por lo que oyó en el móvil, quiso disculparse:

---No te confundas, cariño---balbuceó-- no es lo que parece

Ella se puso el dedo índice en sus labios y le mandó callar.

No hubo más palabras, para qué. Él se metió en la habitación y al poco rato salió con una maleta asida de la mano. Antes de cruzar la puerta miró hacia atrás, pretendió despedirse, pero ella tenía la cabeza agachada; no quiso que le viera los ojos arrasados en lágrimas.

(Todavía, y ha pasado ya más de un año, nos afanamos la familia por consolarla..)

Joaquín



                                                                  


                                       

                                                                           


                                                 

                                                                      


                                         



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