El sonido del teléfono la pilló en la cocina, desprevenida y con los dedos embadurnados de harina. Con delicadeza cogió el aparato, y con él apoyado entre el hombro y la oreja se dispuso a escuchar las palabras de su marido, y sus excusas, y sus mentiras:
---Cariño, la reunión en la oficina se ha prolongado---le dijo desde el otro lado de la línea---cena tú sola y no me esperes. No sé cuando acabará esto.
Ni se molestó en pedirle más explicaciones, para qué, ya estaba acostumbrada. Se despidieron con un estúpido beso. Pero no cortó el teléfono, sino que siguió trajinando en la encimera de la cocina con el aparato pegado a la oreja esperando terminar de embozar una merluza para luego dejarlo sobre la mesa. Sin embargo...
¡¡Oh, lo seguía oyendo hablar, él no había cortado!!. Y oyó nítidamente cómo hablaba con una mujer. Debían estar sentados en algún restaurante o cafetería porque a lo lejos se oía murmullos de conversaciones y tintineos de platos y cubiertos. Mosqueada, dejó lo que estaba haciendo y se puso a escuchar, incluso a grabar. Afinó el oído. Durante los más de diez minutos que duró la conversación se enteró de todo. Sólo la amargura que le sobrevino de golpe y las lágrimas que afloraron a sus ojos le hizo cortar la llamada.
Había reconocido a la chica con la que hablaba su marido, era Marisa, una compañera suya de oficina de la que alguna vez le habló. Estaban cenando en un restaurante del centro. Lo dedujo por las pistas que captó entre líneas. Hablaban de trabajo, pero también de su íntima relación ¡¡Habían terminado hacía un rato de hacer el amor en el coche!!. Lo había oído perfectamente. Incluso oyó hablar de una pulsera de cuero que Marisa debió regalarle por su cumpleaños; fue hace una semana..
Cuando llegó a casa eran más de las once de la noche. Ella le esperaba sentada en la misma mesa de la cocina, casi no se había movido en toda la tarde, estaba frustrada, desecha. Su hijo dormía ya en su camita.
Él quiso darle un beso en la mejilla. Ella le apartó la cara, y le preguntó:
---¿Y esa pulsera?.
---La vi en el escaparate de una tienda, cerca de la oficina, y se me antojó---le dijo rojo como un tomate.
Un silencio esclarecedor se apoderó del momento. Lo rompió ella sacando el móvil y poniéndolo sobre la mesa. Pero antes puso en voz alta el sonido de la grabación completa de la conversación que habían mantenido en el bar.
Conmovido por lo que oyó en el móvil, quiso disculparse:
---No te confundas, cariño---balbuceó-- no es lo que parece.. Ella se puso el dedo índice en sus labios y le mandó callar.
No hubo más palabras, para qué. Se metió en la habitación y al poco rato salió con una maleta asida de la mano. Antes de cruzar la puerta miró hacia atrás, pretendió despedirse, pero ella mantenía la cabeza agachada; no quiso que le viera los ojos arrasados en lágrimas.
(Todavía, y ha pasado ya más de un año, nos afanamos la familia por consolarla..)
Joaquín
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