Vuelan por doquier promesas de amor
no cumplidas;
El viento de la indiferencia
las empujan hacia los confines
del olvido.
--Joaquín--
Walter J. Freeman, era un pseudo-psiquiatra norteamericano que vivió en la segunda mitad del siglo pasado (siglo XX). Aprendió hacer lobotomias a enfermos con distintas patologías mentales en una época en la que ésta barbaridad aún se creía beneficiosa.
Fue tal su éxito que incluso recorría el país ciudad por ciudad practicando esa burrada. La lobotomía consiste en cortar las fibras nerviosas de la parte frontal del cerebro con un objeto punzante a través de la cavidad del ojo.
Mucha gente con enfermos en sus familias de esquizofrenia, epilepsia, alcoholismo, o simplemente con fobias, acudían a éste tipo pidiéndole ayuda. Algunos pacientes eran extremadamente jóvenes; hasta los había de sólo cuatro años.
El método de Freeman era sencillamente rápido y brutal. Dejaba al infeliz inconsciente con una descarga eléctrica; insertaba por la cuenca del ojo un picahielos domestico golpeándolo con un martillo, luego lo removía con ganas hasta cortar las conexiones. A veces lo hacía por un sólo ojo y otras por los dos. El caso es que el paciente en unas horas se iba a su casa; con los dos ojos amoratados, eso sí, y modorros para toda la vida, claro.. Llegó a practicar casi trescientas lobotomias de esa manera tan inhumana.
El tío era extremadamente informal en sus métodos. Operaba sin guantes ni mascarillas y solía ir vestido con ropa de calle. No dejaba cicatrices en los infortunados que se atrevían a dejarse operar y casi todos dejaban de padecer sus epilepsias, ansiedades o rebeldías, pero los dejaba totalmente vacíos de mente, sin voluntad..
Joaquín