jueves, 1 de noviembre de 2018

Nunca os caséis con un tipo como él...





El río donde nadamos no es tan solo
el agua donde juegan los chavales
de una tarde agostada de recuerdos y estrellas.
El río donde nadamos, como peces caducos,
es el tramo confuso de unos labios
que se acercan a besarnos
y marcan nuestra piel de adolescentes,
a la orilla fría y desnuda que contempla
el curso de los años sucesivos.
(Mario Lourtau)


Apuesto que todos conocemos algo de él. Es el rey más famoso, no solo de Inglaterra, sino de todos los que en el mundo han sido, su nombre Enrique VIII, el de las seis esposas; por cierto decapitó a dos de ellas y otra se libró por los pelos.
Cuántas series en televisión, cuántas obras de teatro, cuántas películas sobre su vida, infinidad de ellas sin duda. Y es que es increíble la cantidad de acontecimientos y de historias tanto religiosas, políticas o personales que pudo protagonizar éste menda. Échenle un vistazo al breve resumen que les ofrezco porque no tiene desperdicio...
Enrique fue el segundogénito del rey Enrique VII, un tipo más bien melindroso, tal vez por eso su segundo hijo, Enriquito, salió así de impetuoso y cruel. El heredero oficial era su hermano mayor pero como murió pronto, él se quedó en el trono, y bien que se aprovechó, puso todo el país patas arriba.
Lo primero que hizo nada más llegar al poder fue casarse con la viuda de su hermano, con la que tuvo a María, una futura reina que gobernó después una pequeña temporada. Por cierto, la viuda no era otra que nuestra compatriota Catalina, hija de los Reyes Católicos. Pero como éste cafre se empeñó en tener un hijo y Catalina no podía dárselo, llamó a Wolsey, su fiel consejero religioso para que preparara los papeles de la anulación matrimonial, ¡claro! que el Papa era amiguete de nuestro Carlos V, sobrino de Catalina y se negó en redondo. Y, ¿qué pensáis que hizo Enrique? Pues ni corto ni perezoso se marchó de la órbita de Roma y fundó su propia Iglesia, el Anglicanismo, en donde él, por supuesto, sería la cabeza visible ¡Con un par!..
Mientras tanto se encaprichó de una joven llamada Ana Bolena, dama de honor de su mujer Catalina. Como ésta chica se negaba a acostarse con él si no pasaba por la vicaria, no tardó en casarse con ella para saciar su apetito carnal. Pero, hete aquí que con Ana tuvo a otra hija, la futura Isabel I, y ansioso como estaba por tener descendencia masculina (era un deshonor no tenerla) volvió a recurrir a Wolsey, el consejero, que rápidamente preparó pruebas falsas que la incriminaban de adulterio. Y fue decapitada junto a un par de infelices supuestos amantes. ¿Y saben que alegaron para cometer tamaña barbaridad? pues que Ana estaba poseída por el Diablo y había hecho un pacto con él; las pruebas que presentaron, que tenía tres pezones... La pobre chica tenia un gran lunar entre los dos pechos.
La tercera esposa fue Jane Seymour, y se casó con ella solo diez días después de ejecutar a Ana. Ésta chica sí le dio el hijo que esperaba, el futuro Eduardo, que murió el pobre a los quince años. Pero Jane falleció a consecuencia del parto aunque para el energúmeno de Enrique, ésta fue su verdadera esposa ya que le dio el hijo tan deseado (Ella es la que está enterrada junto a él en la Abadía de Westminster) Por supuesto a las hijas anteriores las apartó de la linea sucesoria.
Pero el tío volvió a la carga, ahora con Ana de Cleves, de origen holandés y protestante, le había convencido para hacerlo por motivos políticos su ministro de exteriores, un tal Cromwell, el pobre. Digo lo del pobre porque ésta Ana, (cosa insólita) se atrevió a repudiar al rey cuando lo vio empelotas picadas, tan gordo y grasiento, y con unas ulceras que le supuraban. ¡Qué cabeza la de la chica! ¡Cómo se le ocurrió!.. tardó un soplo de tiempo en hacer ejecutar a los dos, a Ana, y al ministro por haberle aconsejado... ¡Así se las gastaba el compadre!..
El mismo día que le cortaban la cabeza al ministro volvía a contraer nuevas nupcias, esta vez con Catalina Howard, de dieciséis añitos, ¡Ya ven, pederastia pura y dura!.. y católica, y por aquí llegó su desgracia. Catalina, puesto que el rey estaba echo una piltrafa, mantuvo un romance (con derecho a roce y penetración) con un secretario de la corte, pero lo dicho, por odios religiosos y otras menudencias, se chivaron al rey, que enseguida les organizó un proceso por adulterio. Como se pueden imaginar a la pobre chica la ajusticiaron igual que a su amante, y algunos encubridores más...
La última que tuvo el dudoso honor de ser esposa y reina de éste mendrugo fue una viudita joven y rica, una tal Catalina Parr, de religión calvinista. Aguantaron cinco años juntos, hasta la muerte del temible Enrique, que cascó a los 55 años ahíto de jodiendas, juergas, comilonas y ejecuciones... Porque no crean que sólo ejecutaba esposas, el tío se cepilló: consejeros, ministros, secretarios, rivales políticos, obispos, etcétera. Nada se le ponía por delante. Para que se hagan una idea, según estudios serios se calcula que llegó a asesinar, (porque esa es la palabra correcta aunque lo camuflara de juicios) a nada menos que a unos 72.000 infelices que tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino.
Y, a todo esto, resulta que según unos análisis realizados a sus restos en 2011, el bandarra este padecería una enfermedad genética, tendría el antígeno Kell positivo que le ocasionaba tener abortos y muertes prematuras de niños en mujeres de signo contrario. Es decir, que la culpa de la falta de descendencia, a pesar de su lascivia y facilidad con chicas jóvenes, era suya. ¡Y para eso tanta brutalidad!... ¡Qué sinvergüenza!... 
Dicho queda...
                                                                            Joaquin Yerga
                                                                            01/11/2018


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