Nunca os caséis con un tipo como él...
El río donde nadamos no es tan solo
el
agua donde juegan los chavales
de
una tarde agostada de recuerdos y estrellas.
El río donde nadamos, como peces caducos,
es
el tramo confuso de unos labios
que
se acercan a besarnos
y
marcan nuestra piel de adolescentes,
a
la orilla fría y desnuda que contempla
el
curso de los años sucesivos.
(Mario
Lourtau)
Apuesto
que todos conocemos algo de él. Es el rey más famoso, no solo de
Inglaterra, sino de todos los que en el mundo han sido, su nombre
Enrique VIII, el de las seis esposas; por cierto decapitó a
dos de ellas y otra se libró por los pelos.
Cuántas
series en televisión, cuántas obras de teatro, cuántas películas
sobre su vida, infinidad de ellas sin duda. Y es que es increíble la
cantidad de acontecimientos y de historias tanto religiosas,
políticas o personales que pudo protagonizar éste menda. Échenle
un vistazo al breve resumen que les ofrezco porque no tiene
desperdicio...
Enrique
fue el segundogénito del rey Enrique VII, un tipo más bien
melindroso, tal vez por eso su segundo hijo, Enriquito, salió así
de impetuoso y cruel. El heredero oficial era su hermano mayor pero
como murió pronto, él se quedó en el trono, y bien que se
aprovechó, puso todo el país patas arriba.
Lo
primero que hizo nada más llegar al poder fue casarse con la viuda
de su hermano, con la que tuvo a María, una futura reina que gobernó
después una pequeña temporada. Por cierto, la viuda no era otra que
nuestra compatriota Catalina, hija de los Reyes Católicos.
Pero como éste cafre se empeñó en tener un hijo y Catalina no
podía dárselo, llamó a Wolsey, su fiel consejero religioso para
que preparara los papeles de la anulación matrimonial, ¡claro! que
el Papa era amiguete de nuestro Carlos V, sobrino de Catalina y se
negó en redondo. Y, ¿qué pensáis que hizo Enrique? Pues ni corto
ni perezoso se marchó de la órbita de Roma y fundó su propia
Iglesia, el Anglicanismo, en donde él, por supuesto, sería la
cabeza visible ¡Con un par!..
Mientras
tanto se encaprichó de una joven llamada Ana Bolena, dama de
honor de su mujer Catalina. Como ésta chica se negaba a acostarse
con él si no pasaba por la vicaria, no tardó en casarse con ella
para saciar su apetito carnal. Pero, hete aquí que con Ana tuvo a otra
hija, la futura Isabel I, y ansioso como estaba por tener
descendencia masculina (era un deshonor no tenerla) volvió a
recurrir a Wolsey, el consejero, que rápidamente preparó pruebas
falsas que la incriminaban de adulterio. Y fue decapitada junto a un
par de infelices supuestos amantes. ¿Y saben que alegaron para
cometer tamaña barbaridad? pues que Ana estaba poseída por el
Diablo y había hecho un pacto con él; las pruebas que presentaron, que tenía tres
pezones... La pobre chica tenia un gran lunar entre los dos pechos.
La
tercera esposa fue Jane Seymour, y se casó con ella solo diez
días después de ejecutar a Ana. Ésta chica sí le dio el hijo que
esperaba, el futuro Eduardo, que murió el pobre a los quince años.
Pero Jane falleció a consecuencia del parto aunque para el
energúmeno de Enrique, ésta fue su verdadera esposa ya que le dio
el hijo tan deseado (Ella es la que está enterrada junto a él en la
Abadía de Westminster) Por supuesto a las hijas anteriores las
apartó de la linea sucesoria.
Pero
el tío volvió a la carga, ahora con Ana de Cleves, de origen
holandés y protestante, le había convencido para hacerlo por
motivos políticos su ministro de exteriores, un tal Cromwell, el
pobre. Digo lo del pobre porque ésta Ana, (cosa insólita) se atrevió a
repudiar al rey cuando lo vio empelotas picadas, tan gordo y grasiento, y con
unas ulceras que le supuraban. ¡Qué cabeza la de la chica! ¡Cómo
se le ocurrió!.. tardó un soplo de tiempo en hacer ejecutar a los
dos, a Ana, y al ministro por haberle aconsejado... ¡Así se las
gastaba el compadre!..
El
mismo día que le cortaban la cabeza al ministro volvía a contraer
nuevas nupcias, esta vez con Catalina Howard, de
dieciséis añitos, ¡Ya
ven, pederastia pura y dura!.. y católica,
y por aquí llegó su desgracia. Catalina, puesto que el rey estaba
echo una piltrafa, mantuvo un romance (con derecho a roce y
penetración) con un secretario de la corte, pero lo dicho, por odios
religiosos y otras menudencias, se chivaron al rey, que enseguida les
organizó un proceso por adulterio. Como se pueden imaginar a la
pobre chica la ajusticiaron igual que a su amante, y algunos encubridores más...
La
última que tuvo el dudoso honor de ser esposa y reina de éste
mendrugo fue una viudita joven y rica, una tal Catalina
Parr, de religión calvinista.
Aguantaron cinco años juntos, hasta la muerte del temible Enrique,
que cascó a los 55 años ahíto de jodiendas, juergas, comilonas y
ejecuciones... Porque no crean que sólo ejecutaba esposas, el tío se
cepilló: consejeros, ministros, secretarios, rivales políticos,
obispos, etcétera. Nada se le ponía por delante. Para que se hagan
una idea, según estudios serios se calcula que llegó a asesinar,
(porque esa es la palabra correcta aunque lo camuflara de juicios) a
nada menos que a unos 72.000 infelices que tuvieron la desgracia de
cruzarse en su camino.
Y,
a todo esto, resulta que según unos análisis realizados a sus restos
en 2011, el bandarra este padecería una enfermedad genética,
tendría el antígeno Kell positivo que le ocasionaba tener abortos y
muertes prematuras de niños en mujeres de signo contrario. Es decir,
que la culpa de la falta de descendencia, a pesar de su lascivia y
facilidad con chicas jóvenes, era suya. ¡Y para eso tanta
brutalidad!... ¡Qué sinvergüenza!...
Dicho
queda...
Joaquin
Yerga
01/11/2018
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