miércoles, 14 de noviembre de 2018

¡Qué manera de morir tienen algunos!...

                                                                                  




Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir en los labios
risas que se desmienten con los ojos?

¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre...y también lloro.
(Bécquer)

Miren que historias mas curiosas han ocurrido en el pasado. Los protagonistas fueron personajes importantes que han muerto de manera singular en épocas pretéritas. Sin embargo, las causas que les hicieron sufrir y morir están a la orden del día y les puede pasar a cualquiera... No lo duden, andesen con cuidado que el enemigo acecha...
Hubo una vez un Papa de Roma llamado, Adriano IV. Se sentó éste buen hombre en la poltrona vaticana allá por el siglo XII. Un día volvía a su residencia tras haber pronunciado un duro sermón en una iglesia de Roma. Había despotricado tanto contra el emperador Federico I, que incluso llegó a excomulgarle. Como hacía mucho calor y venía sofocado, paró un momento a echar un trago de agua fresca en una fuente con tan mala suerte que una mosca se le quedó atragantada en la garganta. El hombre pataleó, gritó, y se puso hasta azul por la asfixia que le ahogaba pero, ni los acompañantes que enseguida le auxiliaron ni los médicos que acudieron con urgencia pudieron hacer nada. Allí mismo estiró la pata. Se ignora el tamaño del suspiro de alivio que pegó Federico I, pero no tuvo que ser pequeño, precisamente...
Otra manera peculiar de morir la tuvo la Zarina de todas las Rusias, Catalina “La Grande” ¡Con lo que fue ella! ¡Con lo que mandó! ¡Con lo que fornicó! Sí, porque todo hay que decirlo. Famosa fue por sus escarceos amorosos y por la cantidad de amantes que pasaron por su lecho. Bueno, pues la pobre murió de una manera digamos, poco digna, expiró mientras hacía sus necesidades en el retrete. Un cólico letal acabó con su vida...
Y miren cómo se fue de este ingrato mundo el tirano de Siracusa (Sicilia) Agatocles, que vivió allá por el siglo IV a.c. Un palillo de dientes se le atragantó. Aunque hubo malintencionados que aseguraban que el mondadientes estaba envenenado. Y es que enemigos no le faltaban.. 
Muy conocida fue la muerte del eminente filosofo inglés Francis Bacon en 1626. Éste hombre experimentaba con todo lo que se le ponía a mano; era una mente inquieta. Probando cómo afectaría el frío a la putrefacción de los alimentos, rellenó el interior del cuerpo de una gallina con nieve de las montañas; agarró tal pulmonía que se quedó el pobre con las ganas de conocer los resultados...
Seguro que saben de la horrible muerte en 1916 del compositor y pianista español Enrique Granados, autor de obras tan conocidas como, Goyescas o Danzas españolas. Viajaba junto a su mujer en un vapor hacia Inglaterra a dar un concierto cuando un torpedo alemán lanzado desde un submarino fue a dar en su barco. La cosa fue de poca importancia, de hecho el barco siguió su ruta, pero Enrique se puso tan nervioso que entró en pánico. Hasta tal punto fue la cosa que, totalmente histérico subió a cubierta y se tiró a las turbulentas aguas del Mar el Norte. Su mujer, que presenció la escena se lanzó a por él, pero fue una temeridad, murieron los dos ahogados.
Otro que murió en el retrete fue el rey Fernando VI, hermano de Carlos III. Éste pobre le entró tal melancolía al morir su mujer Bárbara de Braganza, que se dejó morir. No se cambiaba de ropa, no se lavaba ni se peinaba; acabó sus días en la real taza del váter como un salvaje. Imagino que para sacarlo de allí acabarían con las mascarillas de palacio.
Peor, por su testarudez, fue la horripilante muerte del gran Sigmund Freud; ya saben el padre del psicoanálisis. Le diagnosticaron un cáncer de mandíbula, a pesar de lo cual siguió fumándose entre 15 y 20 puros al día. En los últimos años de su vida fue operado 31 veces. Al final le suplicó a su médico que le inyectara una fuerte dosis de morfina para acabar su sufrimiento. En fin... Qué muertes más espantosas. Claro que, a ver qué nos espera al resto... ¡Dios mío, que nos sea leve! A mí que me pille durmiendo...
Dicho queda...
Joaquin Yerga

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