¡Ah, si yo les contara!...
Desde
que te fuiste...
¡Ah,
si vieras mi huerto! Ya no hay rosas,
ni
lirios, ni libélulas de seda,
ni
cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan
las ramas del rosal, medrosas;
el
viento sopla, la hojarasca rueda.
(Amado
Nervo)
Hay
cosas en la vida que las tenemos tan asumidas que parecieran haber
estado ahí desde siempre. El nombre de ciudades, libros exitosos,
monumentos famosos, en fin, un montón de nombres, personajes y cosas
que las conocemos de antaño pero que es evidente tienen sus
orígenes. A veces son estos curiosos, otras misteriosos, incluso los hay
tenebrosos. Miren algunos ...
El
personaje de “Sherlock Holmes”, del que yo me jacto haber
leído todos sus episodios varias veces, lo creó un médico escocés
aficionado a la parapsicología llamado Artur Conan Doyle. Tuvo un
éxito arrollador, se publicó por entregas en un periódico
londinense a finales del XIX, y fue tan popular que el autor, cansado
del personaje, quiso matarlo en un último capitulo y así dejar de
escribir sobre él. Pero fue imposible la gente suplicaba más y más
entregas. En los Estados Unidos, donde se vendían como rosquillas,
esperaban con verdadera ansiedad que llegara el barco de Inglaterra
para hacerse con los nuevos capítulos. Tanta guerra le dieron, tanto
le imploraron, (público, editores y hasta políticos) que tuvo que
resucitar a “Sherlock Holmes” y volver escribir nuevos episodios.
Bueno,
pues, Artur Conan Doyle no se inventó de la nada el personaje de
“Sherlock Holmes”, sino que habiendo tenido en sus tiempos de
universidad un profesor de medicina que le dejó tan impresionado, no
solo por sus conocimiento médicos también por sus métodos
deductivos y policiales, que se inspiró en él. De hecho éste médico
descubrió al asesino de una mujer en 1877. Su marido le hizo una
póliza de seguros por 5.000 libras de la época poco antes de
asesinarla con cianuro. Para disimular abrió la llave el gas y
pretendió hacer creer que su muerte fue por asfixia.
¡Y
de éste que les cuento ahora qué me dicen!... Cuando Lyman Frank
Braun estaba escribiendo “El Mago de Oz”, y se lo
contaba a unos chiquillos de su comunidad, una niña le preguntó que
cómo se iba a llamar la obra. Él, sin tener aun el titulo decidido
y sin saber qué contestar, miró a su biblioteca y reparó en una
archivador de tres cajones, cada uno de los cuales mostraba una
etiqueta: A-G. H-N. y O-Z... Así de fácil..¡Ya ven!..
Claro,
que si les cuento la versión original de “La Bella Durmiente”
se caen de espaldas. Ésta obra de Giambattista Basile era en su
origen para no dormir en tres meses si se la cuentan a cualquiera de
ustedes. La bella durmiente se llamaba Talia y yacía, no dormida
sino muerta, por una astilla envenenada que se había clavado en el
bosque. Un noble que la encuentra la viola y huye del lugar
(Recuerden que en la versión dulcificada era un príncipe el que la
besa). Pues en la original ella queda embarazada y da a luz dos
gemelos, Sol y Luna, sin que por ello llegué a despertar. Un día el
pequeño Sol le chupa el dedo a la madre y le extrae la astilla, con
lo que Talia despierta. Mas tarde, enterada la mujer del noble que
los hijos son de su marido, manda prenderlos, degollarlos y
servírselos a su marido de comida como venganza. Menos mal que una
criada se da cuenta de semejante crueldad y pone en la olla carne de
cordero, y los niños se salvan. En fin, cuán diferente son las
cosas y las vueltas que le damos hoy en día dulcificandolas para no
traumatizar a los niños... ¡Pobres angelitos!..
Y
echen un vistazo a estas breves anécdotas de escritores famosos que
leí hace un tiempo y que ahora para terminar el folio viene que ni
“a huevo”...
¿Sabían
que el Conde de Buffon sólo podía escribir vestido de etiqueta, con
puños y chorreras de encaje y espada al cinto?. Y es que de otra
manera no se inspiraba. Pues miren como redactaba Alejandro Dumas los
textos de sus obras a su secretario. Lo hacía vestido con una sotana
roja, de amplias mangas y calzado con sandalias. Lo del poeta alemán
Schiller, también tiene guasa, como no tuviera los pies metidos en
un barreño de agua helada no se inspiraba. ¿Y lo de Lord Byrón? Pues
éste excitaba su inspiración con aromas de trufas que siempre
llevaba en sus bolsillos. Claro que peor fue lo de Balzac, el gran
escritor francés. Se acostaba a las seis de la tarde, siendo
despertado por una criada a media noche, se vestía con ropas blancas
de monje y escribía de manera ininterrumpida de doce a dieciocho
horas seguidas. Eso sí, mientras tanto se tomaba, del orden, de
veinticinco o treinta tazas de café. A ese ritmo Balzac consiguió
terminar más de cien novelas, y conste que murió muy joven... ¡No
me extraña!... En fin, cosas de escritores. Gente rara, ya saben...
Joaquín
Yerga
23/11/2018
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