viernes, 23 de noviembre de 2018

¡Ah, si yo les contara!...






Desde que te fuiste...
¡Ah, si vieras mi huerto! Ya no hay rosas,
ni lirios, ni libélulas de seda,
ni cocuyos de luz, ni mariposas...
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
el viento sopla, la hojarasca rueda.
(Amado Nervo)


Hay cosas en la vida que las tenemos tan asumidas que parecieran haber estado ahí desde siempre. El nombre de ciudades, libros exitosos, monumentos famosos, en fin, un montón de nombres, personajes y cosas que las conocemos de antaño pero que es evidente tienen sus orígenes. A veces son estos curiosos, otras misteriosos, incluso los hay tenebrosos. Miren algunos ...
El personaje de “Sherlock Holmes”, del que yo me jacto haber leído todos sus episodios varias veces, lo creó un médico escocés aficionado a la parapsicología llamado Artur Conan Doyle. Tuvo un éxito arrollador, se publicó por entregas en un periódico londinense a finales del XIX, y fue tan popular que el autor, cansado del personaje, quiso matarlo en un último capitulo y así dejar de escribir sobre él. Pero fue imposible la gente suplicaba más y más entregas. En los Estados Unidos, donde se vendían como rosquillas, esperaban con verdadera ansiedad que llegara el barco de Inglaterra para hacerse con los nuevos capítulos. Tanta guerra le dieron, tanto le imploraron, (público, editores y hasta políticos) que tuvo que resucitar a “Sherlock Holmes” y volver escribir nuevos episodios.
Bueno, pues, Artur Conan Doyle no se inventó de la nada el personaje de “Sherlock Holmes”, sino que habiendo tenido en sus tiempos de universidad un profesor de medicina que le dejó tan impresionado, no solo por sus conocimiento médicos también por sus métodos deductivos y policiales, que se inspiró en él. De hecho éste médico descubrió al asesino de una mujer en 1877. Su marido le hizo una póliza de seguros por 5.000 libras de la época poco antes de asesinarla con cianuro. Para disimular abrió la llave el gas y pretendió hacer creer que su muerte fue por asfixia.
¡Y de éste que les cuento ahora qué me dicen!... Cuando Lyman Frank Braun estaba escribiendo “El Mago de Oz”, y se lo contaba a unos chiquillos de su comunidad, una niña le preguntó que cómo se iba a llamar la obra. Él, sin tener aun el titulo decidido y sin saber qué contestar, miró a su biblioteca y reparó en una archivador de tres cajones, cada uno de los cuales mostraba una etiqueta: A-G. H-N. y O-Z... Así de fácil..¡Ya ven!..
Claro, que si les cuento la versión original de “La Bella Durmiente” se caen de espaldas. Ésta obra de Giambattista Basile era en su origen para no dormir en tres meses si se la cuentan a cualquiera de ustedes. La bella durmiente se llamaba Talia y yacía, no dormida sino muerta, por una astilla envenenada que se había clavado en el bosque. Un noble que la encuentra la viola y huye del lugar (Recuerden que en la versión dulcificada era un príncipe el que la besa). Pues en la original ella queda embarazada y da a luz dos gemelos, Sol y Luna, sin que por ello llegué a despertar. Un día el pequeño Sol le chupa el dedo a la madre y le extrae la astilla, con lo que Talia despierta. Mas tarde, enterada la mujer del noble que los hijos son de su marido, manda prenderlos, degollarlos y servírselos a su marido de comida como venganza. Menos mal que una criada se da cuenta de semejante crueldad y pone en la olla carne de cordero, y los niños se salvan. En fin, cuán diferente son las cosas y las vueltas que le damos hoy en día dulcificandolas para no traumatizar a los niños... ¡Pobres angelitos!..
Y echen un vistazo a estas breves anécdotas de escritores famosos que leí hace un tiempo y que ahora para terminar el folio viene que ni “a huevo”...
¿Sabían que el Conde de Buffon sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto?. Y es que de otra manera no se inspiraba. Pues miren como redactaba Alejandro Dumas los textos de sus obras a su secretario. Lo hacía vestido con una sotana roja, de amplias mangas y calzado con sandalias. Lo del poeta alemán Schiller, también tiene guasa, como no tuviera los pies metidos en un barreño de agua helada no se inspiraba. ¿Y lo de Lord Byrón? Pues éste excitaba su inspiración con aromas de trufas que siempre llevaba en sus bolsillos. Claro que peor fue lo de Balzac, el gran escritor francés. Se acostaba a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada a media noche, se vestía con ropas blancas de monje y escribía de manera ininterrumpida de doce a dieciocho horas seguidas. Eso sí, mientras tanto se tomaba, del orden, de veinticinco o treinta tazas de café. A ese ritmo Balzac consiguió terminar más de cien novelas, y conste que murió muy joven... ¡No me extraña!... En fin, cosas de escritores. Gente rara, ya saben...
                                                                                Joaquín Yerga
                                                                                23/11/2018


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