viernes, 30 de noviembre de 2018

La importancia de tu nombre...



El dormir es como un puente
que va del hoy al mañana.
Por debajo, como en un sueño,
pasa el agua, pasa el alma.
(J.R. Jiménez)

Estarán conmigo que las tonterías y estupideces dichas o hechas no son patrimonio de nadie, ni de ningún pueblo ni país, ni tampoco, por supuesto, de ningún individuo. Todos estamos expuestos a cometerla alguna vez o muchas veces, solo que algunos las hacen tan gordas que luego quedan para mofa del “respetable” toda una eternidad. Ahora les cuento porqué digo esto...
Cuando en la Revolución rusa de 1917 se impusieron definitivamente los comunistas más exacerbados, comandados por el camarada Lenin, una de las primeras medidas que tomaron fue hacerle un juicio, pásmense, nada menos que a Dios. Imagino que le culparían, poco menos, que de connivencia con los ricos y con los zares en detrimento de los proletarios y de los pobres ¡Ya ven!. Bueno, pues aunque no se lo crean se celebró la vista ante un Tribunal Popular presidido por el comisario de instrucción pública, el camarada Anatoly Lunacharsky. ¿Y saben cual fue el veredicto final?... Imagínenselo, fue declarado culpable y condenado a la pena máxima que se ejecutaría al amanecer del día siguiente. Y, efectivamente, a la mañana siguiente, al alba, una compañía de oficiales disparó una salva de fusilería enfocando las armas al cielo. No tengo datos para creer si fue un juicio justo y si algún jurista se atrevió a ejercer de abogado defensor, pero según estaba el patio en esas primeras jornadas de la Revolución, dudo que nadie se atreviera...
Pero, siguiendo con las tonterías y simplezas mayúsculas de las que está la historia tan llena que rebosa; fíjense que les ocurrió a unos enviados del rey francés Felipe II, en España... Unos cuantos siglos antes de la revolución rusa de la que hemos hablado, Luis, el hijo de este rey francés quería una mujer para casarse, y vinieron a nuestro país a buscarla, exactamente a la corte del rey Alfonso VIII, que gobernaba entonces Castilla. Éste último tenia dos hijas; una bien hermosa de cuerpo y alma pero de horrible nombre; Urraca se llamaba la moza. La otra, fea hasta aburrir y de cuerpo enclenque, sin embargo su nombre hermoseaba todo su ser; por Blanca, nada menos, atendía la pobre. 
Nada más llegar a la corte de Castilla los embajadores franceses exigieron entrevistarse con las chicas para escoger la más idónea. Les presentaron a las dos y enseguida fueron conscientes de la gran diferencia de belleza entre ambas. No obstante había un pero; al decirles el nombre de cada una y ante la imposibilidad de pronunciar en francés Urraca (que era la guapa) se quedaron con la fea de bonito nombre. Esto demuestra que una simple tontería puede cambiar el signo de la historia 
Más adelante, Blanca se convirtió en reina de Francia al casarse con LuIs VIII, y madre por tanto de San Luis, el hijo de ambos. Se la conoció como Blanca de Castilla y fue una mujer ejemplar. No sé si a ésta historia se le puede aplicar aquello de: "La suerte de la fea la guapa la desea".. Juzguen ustedes.

Joaquin Yerga 





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