jueves, 22 de noviembre de 2018

Así empezó todo..



Amiga...
Tu infinita sed de amar
confirma mis sospechas;
desbordas sensibilidad.
Déjame susurrarte al oído.
Permíteme decirte que
eres ninfa de límpido mar.
Una sirena disfrazada de mujer
en busca de su príncipe azul
que le decore el corazón
con poemas de coral.
--Joaquín--

--Yo, Abraham, hijo de Teraj, confieso que un día tuve un sueño. En ése sueño se me apareció el Señor y me dijo: “Yo soy el que soy, el hacedor del Universo, de las fieras, de los hombres”. --Y me reveló que se había fijado en mí para fundar un pueblo, su pueblo. El sueño se repitió durante días y en todos ellos me conminaba a obedecer sus deseos. Y me hizo saber que debía cumplirlos. A cambio yo sería un hombre feliz y padre de numerosa descendencia. Por supuesto me prometió el Paraíso después de la muerte... Y entonces creí en Él, y esperé ordenes. Por cierto tenía ya 75 años...
--Sí, sé que fue precipitada la decisión de salir de allí, pero Él me lo demandó. No había tiempo que perder tenia que constituir su pueblo. Y cogí a mi familia: a mi padre, a mi mujer y a mis sobrinos y junto a los escasos enseres nos pusimos en marcha, emprendimos el largo viaje a Canaán, la tierra en la que Dios quiso iniciar su aventura.
--Al llegar a Canaán después de interminables jornadas de viaje, nos sorprendió una terrible sequía, con lo que nos vimos obligados a ir a Egipto, ésa tierra de abundancia, a mitigar el hambre. Al entrar en ése hermoso país me aconsejaron hacer pasar a Sara, mi mujer, como si fuera mi hermana, tal era su belleza que temí ser asesinado para arrebatármela. Pero no fue una abrillante idea, informado el Faraón de su hermosura quedó prendado de ella y la incorporó a su harén más selecto. Obvio decirles mi desconsuelo. Fueron, tal vez, los días más amargos de mi vida. Menos mal que el monarca, quizás temeroso de alguna maldición que nos oyó vociferar me la devolvió sana y salva, aunque no intacta, como pueden imaginar...
--Con las riquezas que el Faraón y sus gentes nos proporcionaron emprendimos la vuelta a Canaán; habíamos permanecido dos años en Egipto. Pero ahí no terminaron mis desdichas, una vez en la tierra prometida y después de años de espera, la promesa del Señor no llegaba. Me iba haciendo cada vez más viejo y Sara no preñaba. Perdí la esperanza de tener descendencia, de tener un hijo al que traspasar mi herencia... ¡Y sufría y sufría!...
--Pero Sara no se resignaba ni a la de tres. Me sugirió yacer con su esclava Agar y adoptar al niño que tuviera. Y así lo hice, y Agar tuvo un hijo al que pusimos de nombre Ismael (ahora es el padre de los ismaelitas, es decir, los árabes) Sin embargo Sara, cambió de idea y, disgustada, y no aceptó al niño. Es más, enojada con Agar, que se había burlado de ella por no poder tener hijos, y aun con disgusto mío, los expulsó de nuestra familia... Vagaron errantes por los confines de Canaán con los pocos enseres que pudieron transportar.
--Y Dios seguía hablándome, y me repetía una y otra vez que tuviera paciencia... Y por fin llegó nuestra hora. Un día atendió nuestras súplicas; Sara quedó preñada. Reconozco que yo ya no era un niño precisamente, tenía ya 99 años, y Sara no me iba a la zaga. A nuestro hijo le pusimos de nombre Isaac y fue nuestra mayor alegría..
--Pero mi vida lejos de estabilizarse no paraba de darme disgustos, Lot, mi sobrino, y su familia, que habían estado con nosotros en las duras y en las maduras durante tantos años, en un momento de irritación y enfado con Sara, se separó de nosotros y se marchó a tierras de Sodoma y Gomorra dos ciudades con fama de libertinas. No les cuento la amargura que me produjo esa acción, pues yo le prometí a su padre cuidarles..
--Y pasaron los años y mi hijo se hacía mayor. Un día llegó un mensajero procedente de Sodoma que me dijo que Lot había perdido todas sus pertenencias, su ganado arrebatado y sus riquezas saqueadas. Hubo una gresca entre las distintas facciones de la ciudad y en medio de ese barullo a Lot lo habían detenido y estaba preso. No lo pensé dos veces, logré reunir a más de trescientos hombres entre familia y amigos, y fui en su busca... Logré liberarlo, a él y a su familia...
--Y huimos de la zona, pues Dios me había hablado la noche anterior y dicho que iba a destruir las dos ciudades pecaminosas, por su perversión y lujuria. También me dijo que bajo ningún pretexto miráramos atrás, a las ruinas y a los escombros humeantes. Y así se lo transmití a todos, pero la mujer de mi sobrino, curiosa e indiscreta, no pudo resistir la tentación y echar un vistazo. Fue lo último que hizo en vida, allí quedó para siempre convertida en estatua de sal.
--No mucho tiempo después de estos episodios supe de todo lo malo que somos capaces de hacer los hombres, de la perversión que anida en nosotros, y aún en mi familia, porque eran mi familia... Pasada la aniquilación total de Sodoma y Gomora y ante la ausencia de hombres y mujeres en el lugar, Lot y sus dos hijas caminaban en busca de un sitio donde establecerse. En vista de que pasaban los días y no veían a nadie, las dos chicas desesperadas, pues temían llegar a viejas y no poder engendrar hijo alguno, se les ocurrió la mayor de las infamias... Lo sé por mi sobrino, que me lo contó más tarde, resignado y abrumado por la osadía...
--La hija mayor propuso a la pequeña emborrachar a su padre y yacer con él, y así poder quedar embarazada. La otra aceptó el malévolo plan. Organizaron una pequeña fiesta y le dieron de beber de lo lindo a su padre. De tal forma quedó éste que no supo lo que hacia. A la noche siguiente repitieron la “hazaña” y le hicieron acostarse con la pequeña. Al cabo de los nueves meses las dos parieron sendos hijos, cuyo padre ¡Miren qué horrendo! era el mismo que su abuelo.
--Estas duras historias de mi familia me duele contarlas por su crudeza, pero Dios dispuso y los hombres debemos acatar. Pasaron los años y mi muy amada Sara murió para gran pena mía. Tuve que volver a casarme para ser respetado y aceptado en la gran familia que éramos ya. Mi segunda mujer fue Queturá y me dio seis hijos más. Sin embargo, yo, siguiendo el mandamiento del Señor, nombré heredero absoluto a Isaac, hijo de Sara y mío, el cual me dio a Jacob y Esaú de nietos, y ellos siguieron el camino marcado por Dios...
--Ahora han pasado siglos de aquellas historias. Yo me reuní con el Señor a los 175 años, pero aun permanezco en el recuerdo de mis gentes. No obstante, no lo olviden nunca, sepan que fui yo el que fundó el pueblo elegido por Dios, el pueblo judío; el pueblo precursor de todo el cristianismo, es decir vuestro pueblo...
Joaquín Yerga






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