Alguien, cuando pase el tiempo
y encuentre mi calavera,
el tiro que no me he dado
buscará en la sien entera.
Y en las cuencas de mis ojos
querrá adivinar tal vez
lo que vi... cuando veía
y que yo nunca miré.
A ese piadoso erudito
que busque el paso borrado
de la vida de un cansado
de si mismo. Quiero dar
esta confesión tardía
resuelta en un epitafio
pues que puedo todavía:
Vino, venció. Fue vencido
en lo que quiso vencer.
Escribió, y en el tintero
dejó lo que quiso hacer
por hacer lo que quisieron:
Y se fue.
--César G. Ruano--
Mirad qué historia más curiosa. Enrique de Navarra, el que luego sería coronado rey de Francia con el nombre de Enrique IV, fue bautizado en la fe católica de su padre.
A los 6 años abrazó la fe protestante de su madre Juana de Albret, pero a los 8 nuevamente fue declarado católico, solo que unos meses después volvió a reingresar en las filas del protestantismo.
Y no solo eso, sino que desde los 19 años hasta su muerte cambió de religión al menos seis veces más. Este rey fue el que dijo aquella frase tan conocida de: “París bien vale una misa” aludiendo a que por el trono de Francia se cambiaba de religión las veces que fueran necesarias.
Al final murió, el pobre, asesinado por un ferviente católico; se ve que empezó mal y a fuerza de cambiar de chaqueta tantas veces acabó peor...
De todas maneras la época de Enrique IV fue horrible en cuanto a religión se refiere. Eran los tiempos de las guerras religiosas después de que Lutero iniciara el gran cisma protestante. Media Europa siguió siendo católica y la otra media se hizo protestante, y además se disputaban la hegemonía cada tres por cuatro como ocurría en Francia.
Por todo eso éste avispado rey iba y venía según soplara el viento, pero no tuvo suerte.
Joaquín
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