Ella me hace ver que adormece y me obliga a no mirarla. De repente se incorpora, la miro y me mira a su vez con ojos cariñosos y provocativos que me hizo levantar del sillón, y diciéndola te amo, me eché sobre ella, y la besé y la estruje y la mordí, como si tuviese el diablo en el cuerpo. Y ella no se resistió, sino que me estrechó en sus brazos, y unió y apretó su boca a la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me besó mil veces lo ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas manos; y me quería poner los besos en el alma, según lo intima y estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respiramos el aliento, sorbiendo para dentro muy unidos, como si quisiéramos confundirnos y unimismarnos. Fue una locura de amor que duró hasta la madrugada.
--Carta del cordobés Juan de Valera a un íntimo amigo contándole su historia de amor con la rusa Madeleine Brohan--
Sentados en el sofá pendientes estábamos de la pantalla que seguía bombardeándonos con imágenes terribles de refugiados que huían de las ciudades ucranianas. Ella me habló entonces del desconocimiento que tenemos los españoles de esta gente, y sobre todo de los rusos. Le di la razón, pero le mencioné a un buen diplomático que tuvimos una vez allá en Moscú en el siglo XIX, Juan de Valera.
Era Juan de Valera un tipo estupendo que nos enseñó mucho de Rusia, le dije, pero no quise hablarle de su faceta como escritor o diplomático, sino de su vida amorosa, que fue la repera.
--Si, claro-- --recordó ella-- --es un escritor conocido. No recuerdo exactamente qué escribió, pero tiene una novela muy famosa--
--Exacto, “Juanita la larga” es su título-- --le respondí-- --pero seguro que no sabes que fue uno de nuestros más afamados playboy--
--¿Y eso? ¿Allí en Rusia?-- --se extrañó mi amiga--
--En Rusia y en todos los países a los que fue destinado-- --respondí-- -mira:-- --y empecé a contarle...
Con sólo veinticuatro años fue destinado a la embajada de Nápoles, y como los buenos marineros que dejan un amor en cada puerto, nada más llegar allí dejó su impronta seductora; se enamoró, y enamoró hasta las trancas a una mujer mayor que él y con fama de buena intelectual, Lucía Palladi. Ésta fue quizás su verdadero amor. Ambos llegaron a sentir autentica pasión el uno por el otro, pero la diferencia de edad hizo que se rompiera el amor--
--Vaya, empezamos bien, Joaquín. Ojalá a Putín le hubiera dado por hacer el amor y no por la guerra-- --interrumpió ella moralizante--
--Pues sí, pero a Putín le gustan más los tanques-- -le dije. Y proseguí...
Poco mas tarde nuestro amigo Valera llegó a París con el cargo de secretario de la embajada, y como no podía ser menos cameló a no pocas francesitas de alto copete. Con veintisiete años le vemos ya en Brasil, en el consulado de Sao Paulo conquistando a una hermosa baronesa muy experimentada en el amor--
--¡Oh, qué carrerón, y tan joven!-- --exclamó mi amiga con sarcasmo--
--Pues ahora viene lo mejor-- -insistí-- -después lo enviaron a la embajada de Rusia, que entonces estaba en San Petersburgo, y allí también la lio parda con algunas valquirias nórdicas. Valera ya rebasa los treinta pero el tío sigue incólume en apetitos sexuales, tanto es así que allí en Rusia enamora locamente a la actriz Madeleine Brohan (la protagonista de los diálogos de arriba).
--¡Joder, Joaquín, con nuestro compatriota!-- -comentó riendo-- -Antonio Banderas a su lado debió ser un patán, jajaja--
--Pero hay más-- -proseguí-- -con sesenta ya cumplidos llega a Washington como embajador y enamora nada menos que a la hija del Secretario de Estado norteamericano, Katherine Bayard, una bella joven que pretende casarse con él. Pero Valera no quiere comprometerse, ella es demasiado joven. Al poco recibe la noticia de que le trasladan a Bruselas... Tres días más tarde, ella, que está loca por él, se suicida, por amor-- -concluí haciéndome el interesante--
--¡Dios mío!-- --me dijo sorprendida mi amiga-- -¿y qué coño tenía Juanito Valera para tantos amoríos? Yo he visto fotos suyas y no es para tanto. Seguro que tenía un piquito de oro. ¿Estaba casado?-- -preguntó--
--Sí, se casó ya mayor con Dolores Delavat, hija de un antiguo jefe suyo-- -le contesté-- --con ella tiene tres hijos, pero el matrimonio no funcionó. En unas cartas muy amargas que le escribe a un amigo le dice: “Hace años que Dolores no quiere ser mi mujer, pero se pone furiosa si alguna no me halla tan viejo y tan averiado como me ve ella”-- -le detallé a mi amiga con pelos y señales--
--O sea, que hasta el final de sus días estuvo Juanito pelando la pava, jajaja-- -se carcajeó--
--Mas o menos-- --le especifiqué-- -y eso que no te lo he contado todo. Ya retirado en Madrid, casi ciego, organizaba tertulias en su casa de la calle Santo Domingo a la que acudían escritores como, Menéndez Pelayo, Pérez de Ayala o los hermanos Álvarez Quintero, entre otros. Murió en Madrid a los 81 años, pero se fue bien despachado, jajaja. Está enterrado en Cabra, su pueblo--
Terminé de hablarle de Valera y cambiamos de conversación. La tele seguía con la matraca de la guerra. Mi amiga, muy indignada con todo lo que veía, soltaba improperios cada vez que mostraban imágenes duras de mujeres y niños huyendo, o de muertos en las calles..
Joaquín
Juan de Valera, de joven
Juan de Valera, de mayor
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