El río.
Mi padre, el Sol, que de la nieve pura,
engendró el agua, me lanzó en torrente
por los riscos, y mi ímpetu creciente
me labró cauce por la roca dura.
Amansado el impulso de la altura,
caminé por el valle lentamente,
y espejo, en los remansos, transparente,
se miró en mi la luna en la llanura.
Besaron mi cristal sauces y flores;
a mi paso cantaron ruiseñores
en los serenos días de bonanza.
Y ansiando descansar, siendo el anhelo
de morir en el mar, con la esperanza
de que el sol otra vez me vuelva al cielo.
--Cristóbal J. Encina--
Guillermo I de Inglaterra fue el primer monarca inglés importante. Primero invadió ése país y luego se hizo nombrar rey.
Murió este fiero vikingo (porque era vikingo) por causas fortuitas. Al celebrarse sus exequias fúnebres en la catedral de Caen, cerquita de donde había muerto, los obispos encargados de la misa insistieron en que el cuerpo del rey, bastante descompuesto ya, por cierto, entrase como sea en el estrecho sarcófago destinado a su eterno reposo.
¡Y mira por donde!. Debido la presión ejercida, los lacayos, al apretarlo para dentro le reventó el estómago al monarca, y no os cuento la estampida de obispos, curas, cortesanos y demás parentela que estaban alrededor del muerto ante el insoportable hedor que expelía aquello. La catedral se quedó vacía en segundos.
A regañadientes y bien pertrechados de rudimentarias mascarillas de las de entonces, entraron los criados en la iglesia después, para solucionar el desaguisado.
En fin
Joaquín
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