domingo, 6 de febrero de 2022

Viaja que algo queda..

                                                                                   



¿A mi me lo decís? Lo sé, es mudable,

es altanera y vana, y caprichosa;

antes que el sentimiento de su alma,

brotará el agua de la estéril roca


Sé que en su corazón, nido de sierpes,

no hay una fibra que al amor responda;

que es una estatua inanimada..., pero...

¡es tan hermosa!

--Bécquer--



Debió ser emocionante en otra época escuchar a aquellos viajeros que volvían de países remotos después de años ausentes. Oírles hablar de costumbres extrañas, de gentes raras, de paisajes de ensueño, o de animales y plantas nunca vistas... 

¿Y el viajero? Pues tuvieron que ser verdaderos héroes, tipos valientes, osados, que se atrevían transitar por caminos infestados de malhechores, atravesar montañas escarpadas y cruzar formidables ríos, sufrir todo tipo de calamidades como enfermedades, asaltos etc. también satisfacciones, qué duda cabe...

Reconozcamos que apenas nada queda en la tierra que no hayamos puesto el pie. A cualquier lugar que vayamos por lejano que esté encontraremos algún aborigen indolente tomándose una Coca cola o dándole alguna calada a su cigarrillo Marlboro, tan ricamente. 

De los viajeros de antaño, que eran los verdaderos héroes solitarios, tal vez los más conocidos sean Herodoto (el padre de la Historiografía) que enrolado en los ejércitos griegos nos contó de primera mano todo lo que veía en aquella lejana época.  

Marco Polo y su fascinante viaje de veinte años a China, inaugurando la Ruta de la Seda. O Ruy González de Clavijo, ese enviado el rey castellano Enrique III, que en el siglo XIV llegó hasta Samarkanda, capital el Imperio Mongol con una embajada de amistad. 

Más adelante, Cristóbal Colón y todos los españoles que le siguieron después en su aventura americana; Magallanes y su vuelta al mundo terminada por Juan Sebastián Elcano, porque a él se lo zamparon unos indios caníbales; el inglés James Cook (el señor del Pacífico) y sus pateos por todas las islas de ése océano (Australia, Nueva Zelanda etc.). 

También los hubo orientales, como el famoso viajero musulmán Ibn Batuta, que salió de su Tanger natal en 1335 y no regresó hasta ocho años después yendo a parar hasta la China más remota, pasando por La Meca, Siria, Pakistán o la India, siendo agasajado por reyes y sultanes árabes allá donde pisaba, tal era su simpatía.

Contaba en su libro Ibn Batuta, cómo en algunos países era obligación y costumbre desvivirse por los viajeros hasta el punto que incluso los mandatarios los recibían con entusiasmo y les regalaban esclavos y jóvenes púber de la tribu para su uso y disfrute.

En fin.. Luego llegaron más

Joaquín



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