jueves, 24 de febrero de 2022

Había una vez un convento en Fuente de Cantos que...

                                                                                     



Decir adiós.. La vida es eso.

Y yo te digo adiós y sigo...

Volver a amar es el castigo

de los que amaron con exceso.

Amar y amar toda la vida,

y arder en esa llama.

Y no saber por qué se ama...

Y no saber por qué se olvida.

Coger las rosas una a una,

beber un vino y otro vino

y andar y andar por un camino

que no conduce a parte alguna.

--José A. Buesa--



Pues tuvimos un primer convento en Fuente de Cantos, el de San Diego de Alcalá, aunque los monjes que lo habitaban y gestionaban eran de la orden de los franciscanos. Supongo que sabéis que el principal cometido de los franciscanos era hacer ver que el trabajo, la humildad y la pobreza debía ser el leitmotiv de un buen cristiano. 

Esto de la pobreza y el sacrificio lo llevaron algunos cristianos tan a gala que, por ejemplo, ¿Sabéis qué comía Simón Estilista, que vivía en una columna de veinte metros de altura, y encima de ella, sobre una plataforma se postraba de rodillas unas mil veces al día?, Pues un mendrugo de pan que le subían con una canasta.

Claro que lo de San Hilarión era de traca, comía exclusivamente cuatro cucharadas de lentejas diarias, y el caso es que llegó a viejo. 

Y tomad nota del menú de otro convento, no el nuestro de San Diego, sino en uno de Francia; el abad era San Martín de Tours. El menú consistía en: tres aceitunas, cinco guisantes secos, dos ciruelas pasas y un higo, más un poco de sal por barba.

Por cierto, los veinticinco o treinta franciscanos de nuestro convento tenían a su disposición una buena huerta, donde primorosamente cultivaban de todo lo sembrable, asi que no creo que pasaran hambre..

Joaquín



                                                          


                                            







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