Amiga...
Tu infinita sed de
amar
confirma mis
sospechas;
desbordas
sensibilidad.
Déjame susurrarte
al oído.
Permíteme decirte
que
eres ninfa de
límpido mar.
Una sirena
disfrazada de mujer
en busca de su
príncipe azul
que le decore el
corazón
con poemas de
coral.
--Joaquín--
--Yo, Abraham, hijo
de Teraj, confieso que un día tuve un sueño. En ése sueño se me
apareció el Señor y me dijo: “Yo soy el que soy, el hacedor del
Universo, de las fieras, de los hombres”. --Y me reveló que se
había fijado en mí para fundar un pueblo, su pueblo. El sueño se
repitió durante días y en todos ellos me conminaba a obedecer sus
deseos. Y me hizo saber que debía cumplirlos. A cambio yo sería un
hombre feliz y padre de numerosa descendencia. Por supuesto me
prometió el Paraíso después de la muerte... Y entonces creí
en Él, y esperé ordenes. Por cierto tenía ya 75 años...
--Sí, sé que fue
precipitada la decisión de salir de allí, pero Él me lo
demandó. No había tiempo que perder tenia que constituir su pueblo.
Y cogí a mi familia: a mi padre, a mi mujer y a mis sobrinos y junto
a los escasos enseres nos pusimos en marcha, emprendimos el largo
viaje a Canaán, la tierra en la que Dios quiso
iniciar su aventura.
--Al llegar a Canaán
después de interminables jornadas de viaje, nos sorprendió una
terrible sequía, con lo que nos vimos obligados a ir a Egipto, ésa
tierra de abundancia, a mitigar el hambre. Al entrar en ése hermoso
país me aconsejaron hacer pasar a Sara, mi mujer, como
si fuera mi hermana, tal era su belleza que temí ser asesinado para
arrebatármela. Pero no fue una abrillante idea, informado
el Faraón de su hermosura quedó prendado de ella y
la incorporó a su harén más selecto. Obvio decirles mi
desconsuelo. Fueron, tal vez, los días más amargos de mi vida.
Menos mal que el monarca, quizás temeroso de alguna maldición que
nos oyó vociferar me la devolvió sana y salva, aunque no intacta,
como pueden imaginar...
--Con las riquezas
que el Faraón y sus gentes nos proporcionaron emprendimos la vuelta
a Canaán; habíamos permanecido dos años en Egipto. Pero ahí no
terminaron mis desdichas, una vez en la tierra prometida y después
de años de espera, la promesa del Señor no
llegaba. Me iba haciendo cada vez más viejo y Sara no
preñaba. Perdí la esperanza de tener descendencia, de tener un hijo
al que traspasar mi herencia... ¡Y sufría y sufría!...
--Pero Sara no
se resignaba ni a la de tres. Me sugirió yacer con su esclava Agar y
adoptar al niño que tuviera. Y así lo hice, y Agar tuvo
un hijo al que pusimos de nombre Ismael (ahora es el
padre de los ismaelitas, es decir, los árabes) Sin
embargo Sara, cambió
de idea y, disgustada, y no aceptó al niño. Es más,
enojada con Agar, que se había burlado de ella por
no poder tener hijos, y aun con disgusto mío, los expulsó de
nuestra familia... Vagaron errantes por los confines de Canaán con
los pocos enseres que pudieron transportar.
--Y Dios seguía
hablándome, y me repetía una y otra vez que tuviera paciencia... Y
por fin llegó nuestra hora. Un día atendió nuestras
súplicas; Sara quedó preñada. Reconozco que yo ya
no era un niño precisamente, tenía ya 99 años, y Sara no
me iba a la zaga. A nuestro hijo le pusimos de nombre Isaac y
fue nuestra mayor alegría..
--Pero mi vida lejos
de estabilizarse no paraba de darme disgustos, Lot, mi
sobrino, y su familia, que habían estado con nosotros en las duras y
en las maduras durante tantos años, en un momento de irritación y
enfado con Sara, se separó de nosotros y se marchó a
tierras de Sodoma y Gomorra dos
ciudades con fama de libertinas. No les cuento la amargura que me
produjo esa acción, pues yo le prometí a su padre cuidarles..
--Y pasaron los años
y mi hijo se hacía mayor. Un día llegó un mensajero procedente
de Sodoma que me dijo que Lot había
perdido todas sus pertenencias, su ganado arrebatado y sus riquezas
saqueadas. Hubo una gresca entre las distintas facciones de la ciudad
y en medio de ese barullo a Lot lo habían detenido
y estaba preso. No lo pensé dos veces, logré reunir a más de
trescientos hombres entre familia y amigos, y fui en su busca...
Logré liberarlo, a él y a su familia...
--Y huimos de la
zona, pues Dios me había hablado la noche anterior
y dicho que iba a destruir las dos ciudades pecaminosas, por su
perversión y lujuria. También me dijo que bajo ningún pretexto
miráramos atrás, a las ruinas y a los escombros humeantes. Y así
se lo transmití a todos, pero la mujer de mi sobrino, curiosa e
indiscreta, no pudo resistir la tentación y echar un vistazo. Fue lo
último que hizo en vida, allí quedó para siempre convertida en
estatua de sal.
--No mucho tiempo
después de estos episodios supe de todo lo malo que somos capaces de
hacer los hombres, de la perversión que anida en nosotros, y aún en
mi familia, porque eran mi familia... Pasada la aniquilación total
de Sodoma y Gomora y ante la ausencia de hombres y mujeres en el
lugar, Lot y sus dos hijas caminaban en busca de un
sitio donde establecerse. En vista de que pasaban los días y no
veían a nadie, las dos chicas desesperadas, pues temían llegar a
viejas y no poder engendrar hijo alguno, se les ocurrió la mayor de
las infamias... Lo sé por mi sobrino, que me lo contó más tarde,
resignado y abrumado por la osadía...
--La hija mayor
propuso a la pequeña emborrachar a su padre y yacer con él, y así
poder quedar embarazada. La otra aceptó el malévolo plan.
Organizaron una pequeña fiesta y le dieron de beber de lo lindo a su
padre. De tal forma quedó éste que no supo lo que hacia. A la noche
siguiente repitieron la “hazaña” y le hicieron acostarse con la
pequeña. Al cabo de los nueves meses las dos parieron sendos hijos,
cuyo padre ¡Miren qué horrendo! era el mismo que su abuelo.
--Estas duras
historias de mi familia me duele contarlas por su crudeza,
pero Dios dispuso y los hombres debemos acatar.
Pasaron los años y mi muy amada Sara murió para
gran pena mía. Tuve que volver a casarme para ser respetado y
aceptado en la gran familia que éramos ya. Mi segunda mujer
fue Queturá y me dio seis hijos más. Sin embargo,
yo, siguiendo el mandamiento del Señor, nombré
heredero absoluto a Isaac, hijo de Sara y
mío, el cual me dio a Jacob y Esaú de
nietos, y ellos siguieron el camino marcado por Dios...
--Ahora han pasado
siglos de aquellas historias. Yo me reuní con el Señor a los 175
años, pero aun permanezco en el recuerdo de mis gentes. No obstante,
no lo olviden nunca, sepan que fui yo el que fundó el pueblo elegido
por Dios, el pueblo judío; el pueblo precursor de todo
el cristianismo, es decir vuestro pueblo...
Joaquín
Yerga