viernes, 19 de octubre de 2018

¡Qué tiempos aquellos!...






He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciales del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz...
(Borges)



Miren que anécdota más curiosa que demuestra lo grandes que fuimos los españoles una vez en la historia, y que ya no lo volveremos a ser, me temo. Estaba de embajador en la Santa Sede, (que era una de las principales por no decir la que más de todas) el insigne Enrique de Guzmán, conde de Olivares. A éste hombre le tocó ejercer durante tres papados consecutivos. Uno de ellos fue con Sixto V, un Papa agrio y muy pro-francés. Resulta que el embajador tenia una campanilla con la que llamaba a sus criados, pero en aquella época, parece ser, eso era un privilegio en poder solo de cardenales y de alguna que otra alta autoridad eclesiástica. Estos, con la anuencia del embajador francés, se quejaron al Papa, que prohibió tajantemente al español volver a usarla. Y, ¿saben que hizo nuestro conde de Olivares?, pues ni corto ni perezoso cada vez que tenia que reunir a su criados mandaba disparar dos cañonazos. Ante semejante estruendo en las apacibles noches veraniegas de la ciudad de Roma, dos días tardó el Papa en darle permiso para que siguiera usando la campanilla..¡Así eramos!...
No exagero ni un pelín si afirmo que los españoles hemos tenido un pasado asombroso de poder y dominio durante algunas determinadas épocas de la historia. Sin ir más lejos, al igual que ahora son los Estados Unidos de América los que parten el bacalao en el mundo, antes lo fue Inglaterra y en el futuro todo apunta que lo será China, a los españoles nos tocó ser líderes, sobre todo, entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Fue ésa etapa, como se suele decir, nuestro minuto de gloria en la historia.. ¡Y qué poco aprendimos de ella!..
Para que se hagan una idea de nuestra supremacía en el mundo conocido de entonces, sepan que el idioma castellano era el más admirado y demandado por las diferentes cancillerías europeas; de hecho se usaba como lengua franca, es decir, como ahora lo es el inglés. Nuestro ejercito, aunque en esos tiempos estaba compuesto por mercenarios centroeuropeos, era temido y respetado. Los llamados Tercios Españoles aplastaban cualquier intento de rebelión en los innumerables territorios y regiones europeas que nos pertenecían, y fueron muchas. Por cierto, al mando de esos admirados Tercios siempre había jefes españoles; jefes que, por desgracia, muy pocos compatriotas conocen.
Una manera palpable de comprobar nuestro poder lo exhibían los embajadores españoles en los diferentes países, incluido el Vaticano, que entonces tenía un poder omnímodo. Recuerden que los Papas eran infalibles, bastaba una indicación suya para que reyes y poderosos sintieran canguelo ante cualquier insinuación o reproche. Pero, fijensé qué confianza en nuestro poderío militar, y firmeza ante los soberbios y arrogantes lideres mundiales tenían nuestros representantes políticos que, por ejemplo, otro embajador español pidió audiencia al Papa Gregorio XIV para tratar unos asuntos. Éste Papa, un tipo desabrido y vanidoso, apenas le prestaba atención a lo que nuestro diplomático le decía; perdía el tiempo manoseando un raro gatito de angora. El embajador, D. Francisco de Alava, irritado por la descortesía del Sumo Pontífice, cogió al gato con determinación y lo tiró al suelo. El Papa, cabreado, le arrojó una campanilla de oro macizo que tenia sobre la mesa; entonces D. Francisco con aplomo y sin inmutarse demasiado se la devolvió después de haberla besado, diciéndole: Algún día ésta campanilla tendrá que pregonar nuestra fama en el mundo” E inmediatamente abandonó la audiencia. Dicen que el Papa, pasmado, ante tal osadía, soltó por lo bajines: ¡No se puede negar que éste hombre los tiene bien puestos!...
¡Claro! que entonces teníamos de rey un tal Felipe, pero no el Sexto, sino el Segundo... ¡Evidentemente eran otros tiempos!... Porque, miren otra pequeña anécdota... el Papa que sucedió al anterior se encolerizó sobremanera cuando, leyendo una carta enviada por Felipe II, replicó a nuestro embajador allí presente: ¿Pero es que vais a saber más de teología que nosotros? Y se marchó de la sala dando un portazo. El embajador sereno y flemático, amenazó a los cardenales allí presentes con meterlos debajo de un ladrillo si se le ocurriera hablar mal del rey y de España. Esa prestancia y sacada de pecho sólo podíamos hacerla entonces. Hoy en día cualquier mindundi se mea encima de nosotros y decimos que está lloviendo, si no miren a esos energúmenos jueces y políticos belgas y alemanes que son capaces de juzgar la calidad de nuestra democracia para no entregarnos a los golpistas catalanes... ¡Claro! que si nosotros mismos los tratamos como reyes aquí en nuestras cárceles, ¡Cómo demonios nos van a respetar fuera!!
Dicho queda...
                                                                              Joaquín Yerga
                                                                               19/10/2018

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