martes, 16 de octubre de 2018

El andaluz más seductor...

                                                                                   




Amor callado que jamás se queja;
amor que, en la discreta madrugada,
sólo acierta a poner junto a tu reja,
la ilusión de una estrofa perfumada.
(M. A. Peguero)


En fin, estábamos solos, y ella en la cama, más bonita que nunca. Nos miramos de nuevo a los ojos, nos acercamos y llegué a darle un beso en la frente. Se incomodó o fingió incomodarse y me rechazó.
Ella me hace ver que adormece y me obliga a no mirarla. De repente se incorpora, la miro y me mira a su vez con ojos cariñosos y provocativos que me hizo levantar del sillón, y diciéndola te amo, me eché sobre ella, y la besé y la estruje y la mordí, como si tuviese el diablo en el cuerpo. Y ella no se resistió, sino que me estrechó en sus brazos, y unió y apretó su boca a la mía, y me mordió la lengua y el pescuezo, y me besó mil veces lo ojos, y me acarició y enredó el pelo con sus lindas manos; y me quería poner los besos en el alma, según lo intima y estrechamente que me los ponía dentro de la boca, y nos respiramos el aliento, sorbiendo para dentro muy unidos, como si quisiéramos confundirnos y unimismarnos. Fue una locura de amor que duró hasta la madrugada.
Tu amigo, Juan

No quiero continuar con ésta historia para no poner a nadie los dientes largos. No son los diálogos de la película 50 Sombras de Grey ni de otra cualquiera novela erótica, aunque lo pareciera. Son los pormenores de una noche de pasión y entrega que el diplomático y erudito español Juan de Valera pasó con la actriz francesa Madeleine Brohan, en San Petersburgo, y que le cuenta por carta a un intimo amigo suyo.
Apuesto lo que sea que pocos lo conocen. No fue un escritor de éxito como otros, aunque tiene algunas novelas bastante buenas y ensayos apetecibles de leer. Fue un andaluz “salao” donde los haya; liberal, moderado, tolerante. Quizás si les menciono su obra más famosa algunos lo recuerden, “Juanita la Larga” una novela costumbrista que recrea el ambiente andaluz del pueblo de Cabra, en Córdoba, lugar de nacimiento del autor.
Pero el motivo de escribir sobre Juan de Valera, como imagino habréis sospechado, no es por su pericia como escritor, novelista o como diplomático, que también lo fue, ¡Qué va! sino por su vida personal, sobre todo la amorosa, que fue la repera. Sí, porque no sé que les daba éste playboy del siglo XIX a las mujeres que las traía de calle. Se le cuentan a Juanito, que así le llamaban en su pueblo, infinidad de amantes de toda índole profesional y de nacimiento, sino, mirad...
Con tan sólo veinticuatro años fue destinado como agregado sin sueldo a la embajada de Nápoles, y como los buenos marineros que dejan un amor en cada puerto, nada más llegar allí dejó su impronta seductora; se enamoró, y enamoró hasta las trancas a una mujer mayor que él y con fama de buena intelectual, Lucía Palladi, conocida como “La muerta” por la palidez de su rostro. Ésta fue, quizás, su verdadero amor. Ambos llegaron a sentir autentica pasión el uno por el otro, pero la diferencia de edad hizo que se rompiera el amor.
Poco mas tarde llegó a París con el cargo de secretario de la embajada, ya con sueldo, y como no podía ser menos hay constancia de que cameló a no pocas francesitas de alto copete. Con veintisiete años le vemos ya en Brasil, en el consulado de Sao Paulo, conquistando a una hermosa baronesa muy experimentada, por cierto, en asuntos carnales y con cualidades especialmente orales. Esto lo conocemos por sus cartas escritas con todo lujo de detalle a su amigo Estébanez Calderón, escritor como él.
Y lo enviaron después a la embajada de Rusia, que entonces estaba en San Petersburgo, y allí también la lio parda con algunas valquirias nórdicas. Valera ya rebasa los treinta pero el tío sigue incólume en apetitos sexuales, tanto es así que allí en Rusia enamora locamente a la actriz francesa Madeleine Brohan, (él la llama Magdalena) la protagonista de los diálogos de arriba.
En 1867, es decir, con 43 años, se ve envuelto en un enredo propio de vodevil con cuatro posibles candidatas a casarse con él a la vez, Rafaelita, Magda, Carmela y una de París. Ruega a un amigo que haga correr la voz de que es un perdido, un golfo, para así librarse de las cuatro; parece ser que lo consiguió. 
A finales de ése año se casa con Dolores Delavat, hija de su antiguo jefe. Con ella tiene tres hijos, pero el matrimonio no funciona. En unas cartas muy amargas que le escribe a un amigo le dice: “Hace años que Dolores no quiere ser mi mujer, pero se pone furiosa si alguna no me halla tan viejo y tan averiado  como me ve ella”
Pero el tío sigue en sus trece. En 1885 con sesenta ya cumplidos llega a Washington como ministro plenipotenciario (actual embajador) y enamora locamente, nada menos, que a la hija del Secretario de Estado norteamericano, Katherine Bayard una bella joven que pretende casarse con él. Pero Valera no quiere comprometerse, ella es demasiado joven. En enero recibe la noticia de que le trasladan a Bruselas... Tres días más tarde, ella, que lo quiere tanto, se suicida por amor...
No me negaran las bellas hechuras labiales de nuestro escritor y diplomático andaluz. Y eso que sólo os he enumerado algunas de sus amantes. Ya retirado en Madrid, y casi ciego, organizaba tertulias en su casa de la calle Santo Domingo a la que acudían escritores como, Menéndez Pelayo, Pérez de Ayala o los hermanos Álvarez Quintero, entre otros...
Murió en Madrid a los 81 años, pero se fue bien despachado. Está enterrado en su Cabra natal. 
.
    Joaquín Yerga
                                                                           




No hay comentarios:

Publicar un comentario