Pude
amar esta noche con piedad infinita,
pude
amar al primero que acertara a llegar.
Nadie
llega. Están solos los floridos senderos.
La
caricia perdida, rodará, pues, rodará...
(Alfonsina
Storni)
Cuando
se dio la voz de alarma ya era tarde, oleadas de extraños barcos con
fantasmagóricas cabezas de dragones en sus proas, y abarrotados cada
uno de ellos con cuarenta o cincuentas vociferantes y fieros vikingos
iban entrado a tropel en la bocana del puerto de Sevilla. Los
almuacines de las decenas mezquitas de la ciudad llamaban a arrebato,
a voz en grito, a los sevillanos a defenderla con uñas y dientes. En
Palacio, el emir Abderramán II convocó de inmediato a sus
consejeros y ministros para organizar a toda pastilla la resistencia.
Asustados
por lo que veían sus ojos pero atrevidos y valientes; hombres,
ancianos y niños acudían raudos con palos, lanzas, flechas o
cuchillos al puerto a defender la ciudad. Por los todos rincones,
plazas y callejuelas, verdaderas riadas de campesinos, tenderos y
comerciantes, y hasta mendigos, aterrados de pánico, se disponían a
morir luchando antes que permitir que esos salvajes del norte, esos
tipos barbudos, corpulentos, feroces, se apoderaran de la ciudad y
asesinaran a sus familias.
Fue
una batalla cruel, a muerte. Después de siete días de luchas, de
martirios de muchos inocentes... de sangre, por fin los atroces
normandos se replegaban y huían. Naves vikingas aun humeantes
se hundían bajo las aguas del río, pero algunas consiguieron
recomponerse y, atestadas de guerreros maltrechos, enfilaron aguas
abajo, rumbo al Atlántico... La ciudad se salvó...
Así Imagino el desolador panorama que se encontrarían los sufridos sevillanos
un día cualquiera del año del señor del, 844. Una mañana fresca
de octubre de ese angustioso año, algunos madrugadores viandantes contemplarían atónitos
cómo unos centenares de naves vikingas remontaban el Guadalquivir
camino del mismo centro de la ciudad con la macabra intención de
tomarla pero...Si
nos remontamos varios siglos atrás de estos episodios resulta que...
Los primeros tipos que avistaron el sur de Suecia le pusieron de nombre Skane, se ignora el porqué de ese apelativo, el caso es que se quedó para siempre. Con el paso del tiempo y la llegada de los romanos a media Europa el nombre de Skane se latinizó y pasó a denominarse Escania pero, no solo a ésa parte, sino a toda la zona, es decir, a Escandinavia entera. Ahora la ocupan cuatro países, Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, aunque ésta última sus moradores tienen otro origen.
Los primeros tipos que avistaron el sur de Suecia le pusieron de nombre Skane, se ignora el porqué de ese apelativo, el caso es que se quedó para siempre. Con el paso del tiempo y la llegada de los romanos a media Europa el nombre de Skane se latinizó y pasó a denominarse Escania pero, no solo a ésa parte, sino a toda la zona, es decir, a Escandinavia entera. Ahora la ocupan cuatro países, Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, aunque ésta última sus moradores tienen otro origen.
Pasado
los siglos y llegada la Edad Media parece ser que el clima tuvo una
etapa de inusual benignidad, hizo más calor del habitual, a veces
pasa, también lo contrario. El caso es que las mujeres nórdicas,
quizás debido a la profusión de buenas cosechas, se pusieron a
parir como conejas, y sus pequeños vástagos morían menos que
antes. Y llegó el día en que, con tal exceso de pequeños y
pequeñas rubitas y rubitos de ojos claros y piel tan blanca, hubo
más superpoblación de lo que ésa tierra y ésa sociedad podía
mantener. Y se pusieron en camino...
Visto
el panorama urgía buscar nuevas tierras donde asentar el excedente
de población, así que organizaron expediciones compuestas por
centenares de barcos cada una, y se lanzaron rumbo al Sur en busca de
botín y de tierras. Ellos se llamaban así mismos vikingos,
el resto de los europeos de entonces, normandos.
Los
que moraban en lo que ahora es Suecia bajaron por la ruta más
oriental. Atravesaron Rusia, Polonia etc y llegaron hasta las mismas
puertas de Constantinopla, allí los pararon los bizantinos
que entonces estaban fuertes, pero por el camino saquearon todo lo
que les pillaba a mano; eso sí, fundaron, entre otras, Kiev y Moscú,
que fue el origen de Rusia.
Por
la parte occidental, es decir, los futuros noruegos y daneses, estos
cogieron la ruta del Atlántico y se cebaron con Inglaterra y con
Francia. Estos tíos llegaban a la costa, generalmente la
desembocadura de algún rio, lo navegaban a contracorriente y se
metían hasta el interior de los territorios... Imaginen cómo se las
gastaban, entraban a saco en las ciudades, siempre desprevenidas, y
la carnicerías que organizaban era de espanto, no quedaba títere
con cabeza. Las iglesias las arrasaban; se llevaban hasta el último
cáliz y, no digamos de cualquier casa o palacio asaltable.
En
Inglaterra, como les pillaba más cerca, acabaron estableciéndose
allí de manera estable, de tal forma y cantidad de gente que, hoy en
día la base étnica de los ingleses en gran parte es de sangre
viikinga. ¡Así son de rubios y coloraos ellos!...
En
Francia atacaron en la desembocadura del Sena con tal fiereza
que el rey francés tuvo que pactar con ellos y cederles una parte de
tierra. Hoy en día ésa zona es la región de Normandía (tierra de
hombres del norte), una prospera región al noroeste de nuestro país
vecino. Por cierto, es famosa, además de por otras muchas cosas,
porque sus habitantes son más rubios y proliferan más los ojos
azules que en otros lugares del país.
¿Y
en España? Pues nosotros nos libramos por los pelos, aunque hay
constancia de varios saqueos terribles en tres o cuatro lugares. En
Galicia, en tiempos del rey Ramiro I (año 840) aparecieron por La
Coruña y desvalijaron varias iglesias, menos mal que el rey pudo
organizar un contraofensiva y echarlos, hundió más de setenta naves
vikingas. Pero parece ser que no les hicieron mucha pupa porque el
resto bajaron por la costa y arrasaron Lisboa primero, y
después remontaron el Guadalquivir hasta llegar al mismo centro de
Sevilla.
Fueron
siete días de pillaje, asesinatos y despendole. A Sevilla, cuando
acabó la cosa, no la reconocía ni sus propios habitantes. De la
Gran Mezquita (entonces estaba la ciudad en manos de los árabes)
quedó tan sólo las cuatro paredes; eso da una idea del desastre. Al
final pudieron echarlos pero las pasaron canutas.
Otra
expedición vikinga entró por el Mediterráneo, remontó el Ebro y
saquearon Zaragoza y Pamplona. Menos mal que en España
encontraron mucha resistencia, porque si no, hubieran entrado tantos
vikingos que hoy en día seríamos más parecidos a los ingleses,
rubios y coloraos, y menos de aspecto gitanillo pícaro, que tenemos
hoy, y tampoco es eso...
Dicho
queda...
Joaquin
Yerga
18/10/2018
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