sábado, 13 de octubre de 2018

El embajador estaba casado, pero la reina se enamoró de él a morir




Si en el mundo fue tan bella,

¿cómo será en esa estrella

dónde está?.

¡Cómo será!..


Si sus besos eran tales

en vida ¿cómo serán sus

besos espirituales?.

¡Qué delicias inmortales

no darán!

Sus labios inmateriales,

¡cómo besaran!

--Amado Nervo--



No demasiado alta, pero si rubia y con unos ojos azules inmensos.. Era sueca, reina y se llamaba Cristina.. Claro, que Antonio no le iba a la zaga: español, alto, elegante, pelo negro y lacio, bigote de época finamente recortado y unos ojos verdes de espanto. Sus ademanes eran nobles y decididos. .

Cuando Antonio llegó a Suecia, como embajador, se instaló en un pequeño palacete y enseguida presentó sus credenciales a la reina Cristina.. Esta quedó prendada de nuestro atractivo compatriota nada más verlo. Hasta tal punto fue así, que llegó a urdir planes para tener bien cerquita a nuestro guapo embajador. Le hacía costosos regalos, le llamaba a menudo con excusas inverosímiles.. en fin..

Y, claro, Antonio acabó cayendo en sus brazos, ¡A ver quién es el guapo se resiste!.. Se veían en secreto, y se amaron, ¡Oh, sí, se amaron mucho!.. Y pasó lo que tenía que pasar, ¡que se enteró todo el mundo!..

Fue la comidilla de la alta sociedad, ¡Qué escándalo, el embajador español, casado, tiene un lio con la mismísima reina Cristina de Suecia! Por las cancillerías de Europa se hablaba del asunto. Por supuesto la noticia llegó a España, aunque se hizo la vista gorda..

El romance duró un lustro. No sabemos quién se cansó de quien, o se acabó el amor de tanto usarlo que diría “La más grande” (Rocío Jurado). El caso es que ella renunció al trono, recogió sus bártulos y se largó a Roma en una especie de exilio dorado. Por supuestísimo en la comitiva que le acompañaba camino de Roma iba su amante, Antonio...

Pero todo acaba y el fin de esta bonita historia de amor terminó como todas, él por un lado y ella por otro. Cristina se quedó en Roma acumulando obras de arte y visitando iglesias. Murió a los 62 años y casi en la ruina... ¡Ella, que lo fue todo!...

Para satisfacción de su señora esposa, supongo, Antonio Pimentel se alejó de la “ciudad eterna” y fue nombrado nuevo embajador en París. Imagino que alguna que otra francesita caería rendida en sus brazos, ¡era tan guapo!.. ¡Uy, si lo hubierais visto!..

Por cierto, en el Museo del Prado podéis admirar un magnífico cuadro del pintor alemán Durero, se titula Adán y Eva, y precisamente se lo regaló la fogosa Reina Cristina a nuestro más guapo embajador de la historia, Antonio Pimentel de Prado...

Lo dicho, ¡qué suerte la de algunos!..

Joaquin 

                                                                          

                                                          Cristina de Suecia, de mayor

                                                                              

                                                                  Antonio Pimentel
                                                                                  
                                                                                    
                               Adán y Eva, cuadro que Cristina regaló a Antonio Pimentel 
                                                                                        

                                                                     




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